lunes, 13 de noviembre de 2017

LOS BURLADEROS DE LA REPRESIÓN SEXUAL


 







                                                          Orfeo y las bacantes







 
 
 
En los años 50 y 60 del siglo XX las mujeres llegaban vírgenes al matrimonio, pero muy sobadas, bien magreadas diríamos.

El ‘hambre’ sexual estaba presente en la vida cotidiana, a pesar de la represión. En las aglomeraciones de gente y en los grandes almacenes había magreadores habituales que contaban, a veces, con el beneplácito de algunas mujeres necesitadas de contactos.

En los tranvías y en el metro nació la figura del ‘rabero’, que se adosaba al trasero generoso de alguna hembra y allí hacía las delicias de Onán; aunque algunas veces se encontraba con el aguijón (alfiler) presto de la mujer recatada o sin ganas de broma.

Por otra parte para satisfacer esa hambre de sexo había casas de tolerancia en el centro de las ciudades y en los denominados barrios chinos con casas de citas, bares de prostitución y de alterne y los cabarets; la afluencia a estos lugares era periódica y regular y se intensificaba los fines de semana.







Fuera del ámbito del barrio chino las pajilleras desarrollaban su labor en los descampados, haciendo la faena de pie y dejándose tocar por el interfecto.

En los cines, en las filas de atrás, también actuaba alguna lumi, ya en el ocaso, aliviando con mano presta el aquelarre hormonal de los jóvenes. Más adelante (años 60 y 70) este alivio lo practicaban los homosexuales, ya no a paja que te crió, sino haciendo felaciones, rodilla en tierra, a los novios que venían calentados por sus novias y futuras madres de sus hijos.

Aparentemente la moral estaba tan respetada, que hasta los serenos velaban por la honorabilidad de las parejas de novios, que se besaban, a hurtadillas, en lugares oscuros, en los portales y en los parques. El chuzo era más o menos rígido según la moralidad del sereno.

Se decía que algunas señoritas ponían su cuerpo a disposición del joven que les gustaba, con tal de que el virgo quedara intacto, tal era la obsesión del españolita/a por el himen. Se daba el caso que algunas señoritas llegaban a ofrecer el amor del revés con tal de no mancillar su honra, digo virgo.

El recato de la mujer era tan intenso que los recién casados, en la noche de bodas, la mujer no se desnudaba en presencia del marido y le recibía en la cama debajo de la sábanas desnuda y con un clavel en el monte de Venus.

Este era el sumo aprecio de la virginidad en la mujer y en el hombre. Lo de los magreos y otras prácticas no importaban, con tal de ofrecer la rosa intacta al celtíbero de turno.

















 

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