LOS EPISODIOS NACIONALES de Pérez Galdós
GÉNESIS DE LA TERCERA SERIE
Al final de Un
faccioso más y algunos frailes menos, último episodio de la 2ª
serie, hace Galdós esta declaración:
Basta ya.
Aquí concluye el narrador su tarea, seguro de haberla desempeñado
imperfectamente (…). Los años que siguen al 34 están demasiado
cerca, nos tocan, nos codean, se familiarizan con nosotros (…).
Quédese, pues, aquí este trabajo, sobre cuya última página (…)
hago juramento de no abusar de la bondad del público, añadiendo más
cuartillas a las diez mil y pico de que constan los Episodios
Nacionales. Aquí concluyen definitivamente éstos.
No obstante, diecinueve
años más tarde, en 1898, inicia con Zumalacárregui la 3ª
serie de sus interrumpidos episodios, que continuaría con dos series
más. Así justifica, Galdós, la continuación de los EE. NN.
en las primeras líneas de Zumalacárregui:
Al terminar
Un faccioso más y algunos frailes menos,
la segunda serie de los Episodios Nacionales, hice juramento de no
poner la mano por tercera vez en novelas históricas. ¡Cuán
duramente veo ahora que esto de jurar es cosa mala…! (…). A los
diez y nueve años, no justos, de aquel juramento, los amigos que me
favorecen, público o lectores, (…) me mandan quebrantar el voto, y
lo quebranto; me mandan escribir la Tercera Serie de episodios, y la
escribo.
A pesar de estas
declaraciones, la mayoría de los estudiosos señalan que fueron
razones económicas las que le empujaron a escribir esta Tercera
Serie. El mismo Galdós confirma en sus Memorias, que había
quedado arruinado con los gastos del juicio con su socio editor,
Miguel de la Cámara:
Ved aquí lo
más esencial del laudo (que dictó don Gumersindo de Azcárate): En
primer lugar me reconocía la total propiedad de mis obras (…).
Disuelta la sociedad, el laudo me imponía la obligación de abonar a
mi contrario una parte bastante crecida de la liquidación por
anticipo que mi socio me había prestado. Por tal concepto yo tenía
que pagar a toca teja ochenta y dos mil pesetas.
Sin embargo no fueron
sólo razones económicas las que empujaron a Galdós a escribir esta
3ª serie. Se sumaron, también, a las razones económicas,
condiciones ideológicas personales y preocupación patriótica.
Hinterhauser, (1962, p. 51), valorando la explicación económica,
añade dos razones coadyuvantes: la posición ideológica y las
circunstancias históricas, que dieron lugar a la crisis del 98, que
ya estaba a las puertas. Y además pretendía en su nueva serie:
“disecar la sociedad contemporánea desde un punto de vista
histórico, ético y crítico nacional”. José F. Montesinos admite
las razones económicas junto a las patrióticas: “una meditación
amarga, desesperada, sobre las torpezas, tal vez evitables, pues
emanaban del mismo ser español”.
Galdós abre, pues, la 3ª
serie con Zumalacárregui en la primavera de 1898 y a finales
de 1900, la cierra con Bodas reales. Parece que don Benito
hubiera vuelto a su pujante juventud. Además esta 3ª serie refleja
la experiencia de Galdós como novelista, ofreciendo más variedad en
cuanto a temas y personajes. Las dos primeras series presentaban un
personaje único en torno al cual se desarrollaba la trama novelesca
inmersa en el hecho histórico, en cambio en esta tercera serie no
puede hablarse de un protagonista único, ya que Fernando Calpena, es
protagonista en algún episodio (Mendizábal, De Oñate a La
Granja) y en otros ocupa un papel relevante (Luchana, La
campaña del Maestrazgo, La estafeta romántica); pero en
otros no aparece, como en Zumalacárregui, Vergara o Montes de
Oca. Así mismo destacan como protagonistas otros personajes como
D. Beltrán de Urdaneta, Santiago Ibero o figuras históricas como
Zumalacárregui, Mendizábal, Cabrera o Espartero.
Lo que sí dice, Galdós,
en sus Memorias, es que una vez concluido el laudo con su
socio y “viéndome dueño de mis obras, resolví establecerme como
editor de ellas en el número 132 de la calle Hortaleza, piso bajo”
(O. cit., p. 105).
ZUMALACÁRREGUI
Portada de la 1ª edición
Comenzaremos, pues, el
estudio de Zumalacárregui citando las fuentes empleadas en su
redacción. Don Benito en sus Memorias nos da noticia del
viaje que hizo por Navarra y Vascongadas al efecto:
Queriendo
documentarme para el estudio de esta figura y de otras, acudí a mi
amigo don Juan Vázquez de Mella (…).Amable en extremo don Juan, me
dio cartas para visitar diferentes pueblos y personas de Guipúzcoa,
Vizcaya y Navarra. Con las cartas (…) me dirigí a Cegama,
Azpeitia, Pamplona, Puente la Reina, Estella, Viana y otras
poblaciones que fueron teatro de las guerras civiles. En Cegama
visité a don Miguel Zumalacárregui, sobrino carnal del famoso
caudillo, que murió en aquella villa el 24 de junio de 1835, al
volver malherido del primer sitio de Bilbao. El bondadoso y simpático
don Miguel me recibió en su casa (…), mostrándome la estancia en
que su tío entregó su alma a Dios. Vi la cama, cubierta con una
colcha de damasco amarillo. Completaban el decorado de la alcoba las
armas y el retrato del héroe.
Para el resto de la
geografía de Navarra Galdós utiliza el Diccionario geográfico
de Pascual Madoz, y no comete errores de relevancia.
A veces un corresponsal
le envía datos concretos sobre una villa, como señala Rodolfo
Cardona en >>Apostillas a los Episodios Nacionales de
Hinterhauser<<, en Anales Galdosianos III, 1968,
pp. 119-142, en las que el profesor Cardona aporta un número
considerable de materiales desconocidos que arrojan bastante luz
sobre la elaboración de los Episodios. En concreto tiene interés el
plano de Oñate, que Galdós guardaba entre sus papeles y se lo había
enviado don José Mª de Aguirre, seguro un erudito local, que le
informó con exhaustividad.
En cuanto a las fuentes
históricas utilizadas, Boussagolseñala
como fuente casi única, la obra del militar carlista D. José
Antonio Zariátegui, titulada, Vida y hechos de don Tomás
de Zumalacárregui, Madrid, 1945. Rodolfo Cardona
señaló también como fuente directa de este episodio, el estudio
del militar inglés, Sir Thomas Wisdom, titulado, Zumalacárregui
y Cabrera, Madrid, 1890.
En efecto, ambas obras
fueron propiedad de Galdós y se conservan en su Casa-Museo de Las
Palmas. Además están anotadas en los márgenes por el propio
Galdós, y toma pasajes de uno y otro libro, aunque quizás más del
de Wisdom. Galdós, lógicamente, tenía que buscar fuentes
fidedignas para la base histórica de su Episodio; pero su pretensión
no era escribir una nueva biografía del general carlista, sino hacer
con la materia histórica una novela. Por lo tanto se vio obligado a
desechar gran parte del material y otras veces lo ampliaría, como en
el caso del transporte del cañón, “El abuelo”, que Zariátegui
le dedica 4 páginas y Galdós 47, con su criatura literaria, José
Fago, como protagonista de esta hazaña.
Boussagol (O. cit. p.
257) señala otras fuentes, que aunque no están en la biblioteca
personal de Galdós, sí pudo consultarlas y son: Ecos de Navarra
o Don Carlos y Zumalacárregui, detalles curiosos de un
oficial carlista del Barón de Du Casse, Madrid, 1840; también
pudo tener al alcance la Historia militar y política de
Zumalacárregui y de los sucesos de la guerra de las
provincias del Norte de F. de P. de Madrazo, Madrid, 1844.
Existe otro relato de las
campañas militares de Zumalacárregui, de contenido biográfico,
obra del capitán inglés C. F. Henningsen,
que combatió al lado de Zumalacárregui y fue publicado en Londres
en 1835. Quizá, Galdós, tuvo acceso a esta obra, por algunos
detalles, que los otros historiadores no señalan.
Comienza el Episodio con
la presentación del carismático general carlista, que lucha por
unos valores políticos y religiosos tradicionales. Pero ya desde el
principio se revela el juicio negativo que el narrador tiene de la
hazañas de Zumalacárregui:
Movido de la
idea, guiado por su prodigiosa inteligencia y conocimientos del arte
guerrero, iba trazando con garra de león, sobre aquel suelo
ardiente, un carácter histórico…¡Zumalacárregui, página bella
y triste! España la hace suya, así por su hermosura como por su
tristeza ( I, 8-9).
También se nos ofrece
una referencia espacial y temporal: “Ribera de Navarra, noviembre
de 1834”. A partir de aquí va a comenzar la novela itinerante a lo
largo de pueblos, valles y montañas de Vascongadas y Navarra.
Se presenta el primer
incidente, que por un lado muestra la crueldad del ejército
carlista, que va a fusilar a D. Adrián Ulibarri, alcalde de Miranda
de Arga, por dar el aviso al ejército cristino que los facciosos
habían tomado el pueblo; y por otro, José Fago, capellán del
Cuartel Real de Don Carlos, encargado de prestar los últimos
auxilios religiosos al infortunado alcalde, que no es otro que el
padre de Saloma, joven que vivió amancebada con él antes de ser
sacerdote, estado que abraza arrepentido, después de haber sido
abandonado por ella. Fago le pide perdón y le revela su identidad.
Esta confesión de Fago a Ulibarri suministra los antecedentes
necesarios para el arranque novelístico y el folletín romántico
correspondiente.
El alcalde sería pasado
por la armas y en la mente de Fago se fija la obsesión de buscar a
Saloma para redimirla.
Del capítulo III al XVI
se presentan numerosos hechos de armas protagonizados por los
carlistas y junto a esas acciones militares, vemos por una parte las
dudas e indecisiones de Fago y por otra la admiración ilimitada
hacia Zumalacárregui, con quien empieza a identificarse íntimamente.
En el asedio de
Villafranca, da la primera muestra de su obsesión por la búsqueda
de Saloma, porque resultó que la última mujer que bajaban de la
torre, se llamaba Saloma, pero se dio cuenta que era otra Saloma.
Rendida Villafranca, se
pasó por las armas a los cristinos, que decían:
>>¡Muera
Carlos V!...<< Siguió una descarga cerrada (…), después un
silencio lúgubre (…) ¡Así se derrochaba el tesoro inmenso de la
energía española! ¡Es verdadero milagro que después de tan
imprudente despilfarro del caudal por uno y otro bando, todavía
quedara mucho y quedará siempre, y quede todavía! (VI, 54-55).
Fago comienza las
confidencias con el capellán Ibarburu, a quien había conocido en
Oñate, y le dice que desde que vio al General, le entraron unas
ganas tremendas de tomar las armas. Prosigue, pues, su obsesión de
identificación con el héroe: de ser como él o hacer más que él.
Ante tales propósitos
Ibarburu facilita a Fago una entrevista con el General, que le
encarga el transporte del cañón, que luego llamarán “El abuelo”,
que Fago cumple con diligencia. Más tarde D. Tomás le felicitó por
su contribución a la causa. Y en su afán de actuar de doble del
General o de estar en su mente, dice para sí: “Ya conozco tu plan:
no puede ser otro que la configuración del terreno te señala. Estoy
dentro de tu cerebro” (XIV, 130).
Fruto de todo esto, José
Fago se alista en el ejército carlista en el 5º de Navarra y se
prepara para entrar en combate con los cristinos. Sigue entrando en
la mente del General. “Todo lo que yo pienso lo piensa él, pero lo
piensa después que yo” (XVI, 146).
En el capítulo XVII se
produce el clímax emocional del episodio con la obsesión enfermiza
y romántica de Fago: la búsqueda de Saloma. Aquí tiene lugar la
metamorfosis de Fago. Se inicia con una escena de pesadilla. Fago se
desorienta y cae inconsciente. Cuando despierta es de noche. La noche
le envuelve y sus dudas interiores están simbólicamente unidas a la
niebla física que le impide ver nada. Encuentra, por fin, un grupo
de vendedores ambulantes, entre los que está Saloma, que conoció en
Villafranca y es acogido por ellos.
A partir de aquí, Fago
se muestra abatido. Se cree un cobarde que se ha engañado a sí
mismo. Tiene un sueño simbólico que le indica que la guerra
perturbará la paz y el retiro que desea, y parte en busca del
cuartel real carlista.
Tiene lugar la entrevista
entre Fago y el consejero de Castilla Arespacochaga, donde se pone en
evidencia, cómo el político empieza a conspirar contra
Zumalacárregui por discrepancias estratégicas y sobre todo por
envidia.
Se celebra una
conferencia entre el General, Don Carlos, el pretendiente y los
ministros (la camarilla), quienes, contra el parecer de
Zumalacárregui, deciden la toma de Bilbao, pues la toma de una
capital importante, supondría un gran empréstito por unas casas de
banca holandesas, para defender la causa y despejar el camino hacia
Madrid.
En el capítulo XXIX,
Fago cuenta sus andanzas al logrero capellán Ibarburu, su captura y
el servicio en el ejército enemigo. La finalidad de todo ello no
había sido otra que la de buscar a Saloma Ulibarri. Ibarburu le
amonesta y le anima a volver a la vida sacerdotal.
Enterado Zumalacárregui
que Fago se había reincorporado al ejército carlista, le llamó a
su lado y conversaron. Fago sintió el extraño fenómeno de entrar
en el pensamiento del General y le advierte que si es un disparate
estratégico tomar Bilbao, que no debe obedecer al Rey, que presente
su dimisión. Le pronostica que se acerca el final de su gloriosa
carrera: “Vuecencia lo sabe y yo también… el héroe de esta
guerra, el restaurador de la Monarquía legítima…no tomará
Bilbao…El por qué…él lo sabe… y yo también”(XXIX,
277-278).
Los tres últimos
capítulos narran el cerco de Bilbao y la muerte del héroe y su
doble. Toda la gente de Bilbao defendía la causa liberal con el
mismo ímpetu, que la población rural defendía el absolutismo de D.
Carlos. Dice el narrador refiriéndose a la terquedad de unos y de
los otros:
¡Qué
tiempos, qué hombres! Da dolor ver tanta energía empleada en la
guerra de hermanos. Y cuando la raza no se ha extinguido peleando
consigo misma es porque no puede extinguirse! (XXX, 280).
Zumalacárregui dirige
las operaciones desde el balcón del Santuario de Begoña y es herido
en una pierna. Es trasladado por su voluntad a Cegama. Fago se
incorpora a la comitiva, aunque sigue pensando en Saloma. Al General
lo ve un curandero llamado Petriquillo. Llegan, por fin a Cegama. La
gente es optimista, pero Fago presiente que el General va a morir:
“Morirá sin duda (…) Yo no dudo (…) Dios me ha enseñado a
conocer las oportunidades de la Historia, y cuándo es bueno que
ocurra lo malo” (294).
La herida de
Zumalacárregui empeora. Los médicos intervienen, pero la pierna
está infectada. Recibe los sacramentos, testa y expira el día 24 de
junio de 1835. El mismo día, el sacristán de Cegama, que le había
dado alojamiento, encuentra a Fago muerto. Y sólo al final nos
encontramos con la enigmática Saloma Ulibarri, que es una de las
mujeres, que está lavando en el río, cuando pasa el entierro del
General:
Unas
rezaban, otras seguían con ansiosa mirada el tristísimo cortejo.
Digo casi todas, porque una de ellas, la más joven quizás, alta,
morena, ojerosa, se mostró insensible y mirando al agua enturbiada
por el jabón dijo con cruel entereza. >>Bien muerto está…mandó
fusilar a mi padre<< (XXXIII, 311).
ESTRUCTURA
NARRATIVA
El contenido narrativo
de Zumalacárregui se presenta en 33 capítulos con dos líneas
ascendente y descendente, de 16 capítulos cada una, que encuentran
su centro en el capítulo XVII, el que contiene el clímax emocional
del Episodio con la obsesión enfermiza y romántica de Fago: la
búsqueda de Saloma.
La estructura se presenta
del siguiente modo: los tres primeros capítulos son presentadores.
En el I aparecen los dos personajes, Zumalacárregui y Fago, en
relación con D. Adrián Ulibarri, víctima de ambos: del Genera por
la leyes de la guerra y de Fago por el amor escandaloso con su hija
Saloma; el II y el III desarrollan la obsesión de Fago y las
acciones de guerra de Zumalacárregui.
El asedio a Villafranca
ocupa los capítulos IV, V y VI. Los capítulos VII, VIII y IX
refieren las acciones militares y las confidencias entre Fago e
Ibarburu. También se produce una conversación entre Zumalacárregui
y Fago, que culmina con el rescate del cañón “El abuelo”,
acción que encabalgándose en el capítulo X, ocupa los capítulos
XI, XII y XIII.
La noticia de las
batallas de Mendaza y Arquijas ocupa los capítulos XIV, XV y XVI, en
cuyo final se produce la visión fantasmagórica de Fago, que
ocasionará la crisis emocional del capítulo central, el XVII.
Los seis capítulos
siguientes. Del XVIII al XXIII (encabalgado con el XXIV) desmenuzan
la obsesión de Fago con sus deambulaciones físicas y mentales. En
el final del XXV se retoman los temas históricos (Valdés versus
Zumalacárregui), que ocupan los capítulos XXVI y XXVII .
Los capítulos XXVIII,
XXIX y XXX oscilan entre la crisis desesperada de Fago y las
decisiones estratégicas equivocadas del Cuartel Real, agonías
paralelas que tendrán un desastroso final: Fago no hallará a Saloma
y los carlistas intentan tomar Bilbao, en cuyo asedio cae herido de
muerte Zumalacárregui.
Los tres últimos
capítulos se centran en las reflexiones de los últimos días del
General, de Fago, de la causa carlista y en la muerte de los dos
personajes.
EL ESPACIO Y EL TIEMPO
En Zumalacárregui
el paisaje tiene un gran protagonismo por el continuo peregrinar de
las tropas carlistas por los pueblos vasconavarros.
Los hechos históricos
que Galdós va a novelar se produjeron en un marco rural, agreste y
montañoso; porque era en el campo donde tenían arraigo las ideas
tradicionalistas del absolutismo y no en las ciudades burguesas e
industriales.
Así pues, el ejército
carlista operará en un medio rural doblemente favorable: por el
terreno agreste y montañoso y por la población adicta a la causa.
La acción se desarrolla
en un espacio y en un tiempo concretos. El espacio-como se ha dicho-
será el paisaje vasconavarro y el tiempo transcurrirá entre
noviembre de 1834 y el 24 de junio de 1835.
La acción comienza en la
Ribera de Navarra, en noviembre de 1834; pero inmediatamente se hacen
referencias al pasado cercano que no aparece en el relato. En el
plano histórico se evoca la incorporación de Zumalacárregui a las
fuerzas carlistas y su nombramiento como comandante en jefe del
ejército carlista del Norte, desplazando a Iturralde.En el plano
ficticio tenemos la confesión que Fago hace a D. Adrián Ulibarri,
que nos informa de la vida de Fago anterior a ese momento. En la
novela aparecen dos vidas- una histórica (Zumalacárregui) y otra
ficticia (Fago), de las que se nos darán algunas notas de su pasado,
pero lo medular será la vida de los dos personajes, que se
desarrolla en sincronía, entre noviembre de 1834 y el 24 de junio de
1835, fecha en que mueren ambos personajes.
EL PUNTO DE VISTA
Un narrador omnisciente
en 3ª persona dirige el relato poniendo el foco en José Fago,
verdadero protagonista de la mayor parte de las peripecias de la
trama.
Pero ese autor-narrador
omnisciente no renuncia a dejarse ver, bien a través del narrador o
de los personajes, bien haciendo notar su presencia por medio del
discurso. Así el narrador introduce su propia visión de los hechos:
Si tenaces
eran los habitantes de las villas y anteiglesias en su afecto a Don
Carlos, no lo eran menos los bilbaínos en su devoción por Isabel
II. Al ardiente arrojo, a la terquedad ciega de los unos, respondían
los otros con iguales o mayores demostraciones de confianza y
bravura. ¡Qué tiempos, qué hombres! (XXX, 280).
El narrador interrumpe el
curso del relato para mostrarnos la causa de su admiración por
Zumalacárregui:
Al rey que
proclamó, a la idea monárquica pura, pertenecía y ajustando su
conducta a un proceder de línea recta, por nada del mundo de ella se
desviaba. A esta excelsa cualidad unía otra, la de no tener ambición
política, virtud rara en los militares de su tiempo, de uno y otro
bando. Realzaba con tan hermosa modestia su figura guerrera, el hijo
de Ormáiztegui oscurece a todos sus contemporáneos ilustres y a
cuantos en el gobierno de las armas, así cristinos como carlistas,
le sucedieron (XVII, 258).
También encontramos el
tono amistoso del narrador, rico en expresiones coloquiales: “No
pudo aproximarse al lugar donde batían el cobre” (III, 28) o “Por
lo demás, un pedazo de pan como carácter” (XI, 98), refiriéndose
a Gorria, soldado que ayudó a Fago en el transporte del cañón.
A veces adopta la
proximidad de la 1ª persona para destacar el carácter documental
del relato: “Gustoso de referir las cosas pequeñas antes que las
grandes anticipo este incidente que la Historia apenas cree digno de
mención” (I, 9).
Recurso narrativo
destacado en este episodio es la presencia de los monólogos-
soliloquios los llama Galdós- y surgen de la mente de José Fago, en
los momentos cruciales de su peripecia vital y en hora nocturna.
El primer monólogo tiene
su raíz en una duda existencial de Fago: “¿Puedo ser a la vez
hombre de guerra y hombre consagrado a las espirituales batallas del
Evangelio”? (XIII, 121). El segundo de estos monólogos surge en el
capítulo XVII, en el clímax emocional del episodio, y expresa el
estado de confusión mental de Fago: “¿maté de nuevo a Ulibarri?
¡Estoy en pecado mortal!” XVII, 154-157).
Y por último un recurso
paralelo al monólogo, y con la misma función, es el de los diálogos
reflexivos entre Fago-Ibarburu, Fago-Arespacochaga y
Fago-Zumalacárregui.
LOS PERSONAJES
Zumalacárregui:
Para trazar el perfil físico y humano del General, Galdós tomó
datos en sus fuentes, y que ese perfil biográfico aparece resaltado
por la admiración evidente que siente el liberal Galdós por el
caudillo carlista, no cabe ninguna duda.
En el capítulo V se hace
la presentación del caudillo, rodeado de dos perros de caza:
Apareció
Zumalacárregui, andando con viveza, la boina azul de los comunes muy
calada sobre el entrecejo, ceñidos los cordones de la zamarra, botas
altas, en la mano un látigo. Le precedían dos perros de caza (V,
43).
Sigue la presentación,
ahora se refiere a los rasgos faciales:
El rostro
enjuto y tostado, la nariz fina, bien cortada y picuda, el entrecejo
melancólico, el bigote negro que enlazaba con las patillas
recortadas desde las oreja, el maxilar duro y bien marcado bajo la
piel (V,44)
También se alude a su
estatura:
Era el
General de aventajada estatura y regulares carnes con un hombro más
alto que otro. Por esto, y por su ligera inclinación hacia delante,
efecto sin duda de un padecimiento renal (v, 43)
Y más abajo ofrece la
etopeya:
Tipo
melancólico, adusto, cara de sufrimiento y meditación (…) había
que oírle expresar sus deseos, siempre en el tono de mandatos
indiscutibles, para comprender su temple extraordinario de gobernador
de hombres, de amansador de voluntades dentro de férreo puño de la
suya (V, 43).
Pero el Zumalacárregui
de Galdós no es una mera figura histórica, sino que es el personaje
coprotagonista del Episodio. Veamos algunas matizaciones artísticas
que añade el narrador a su personaje histórico. En el suceso
histórico, cuando D. Carlos llama a su General para que acuda al
Cuartel Real y abandone las acciones emprendidas, esto dice el
narrador:
Como un
jarro de agua fría cayó este aviso sobre la ardiente voluntad del
caudillo guipuzcoano, y de malísimo talante se puso en marcha hacia
Segura (…) Su miranda penetrante se fijaba con mayor tenacidad en
el suelo, y su cuerpo se encorvaba hacia la tierra, cediendo más al
peso de las aprensiones y cuidados, que al de las triunfales coronas
que su frente ceñía (…)Abrevió el caudillo su visita cuanto
pudo, no sólo por la prisa (…), sino porque le asfixiaba la
atmósfera, el tufo de camarilla (XVII, 256).
Los últimos días de la
vida del General son cuidadosamente tratados por el narrador:
“Nunca le había visto
tan soberanamente investido de la majestad que dan el talento
superior y la honradez sin tacha “(XXIX, 276).
Y cuando fue herido en su
puesto de mando, nuevamente el narrador realiza su etopeya:
Su mirada
era febril, lívido el color del rostro, su tristeza se disimulaba
con la animación que quiso dar a sus palabras. Saludó sonriendo:
más encorvado aún que de costumbre (…) Vieron bajar a
Zumalacárregui por su pie, no más pálido que cuando subió. >>Creo
que no es nada<< (XXX, 285-286).
Zumalacárregui,
personaje histórico y personaje literario rompe los moldes de lo
individual para convertirse en prototipo de un ideal para la causa
carlista:
Ya no
volverán a verse más en este mundo D. Carlos y Zumalacárregui,
representación viva del absolutismo el uno, representación el otro
de la formidable fuerza nacional que lo amaba y lo defendía (XXXI,
293).
Galdós ha convertido a
D. Carlos y a Zumalacárregui en símbolos. Símbolo el General del
héroe romántico, que se esfuerza en vano ante una realidad que lo
asfixia y lo destruye; símbolo triste el Rey del servidor de una
causa que morirá con su persona:
A las diez y
media dejó de existir el gran hombre. Alma y brazo de la Monarquía
absoluta, la Causa que por él y con él vivió, con él moría.
Aunque el ideal carlista no haya adquirido el santo reposo, enterrado
fue con los huesos de Zumalacárregui bajo las losas de la iglesia
parroquial de Cegama…Es que algunos muertos descansan y otros no
(XXXIII, 308).
José Fago:
Sin duda es el protagonista de este Episodio. Fago es la
personificación de la dualidad, de la oscilación y de la
ambigüedad. Así será, a la vez, reo y juez, militar y sacerdote,
cuerdo y loco, valiente y cobarde. Galdós crea otro personaje más,
anormal, atormentado de los muchos de su producción literaria.
La vida de José Fago
transcurrirá en un continuo vaivén entre la lucidez y la locura. En
sus momentos de locura perderá el control de sí mismo y perseguirá
fantasmas. En los momentos de lucidez mostrará destacadas dotes como
estratega militar, de tal forma que se identifica con el General. A
medida que se acerca al final, locura y cordura mezcladas le
inclinarán al azar y a un profundo y romántico escepticismo
fatalista. Veamos un ejemplo:
Renegaba de
la previsión, del método, de todo el fárrago de prescripciones por
que se guían los hombres, y comúnmente resultan de menor eficacia
que los dictados de la fatalidad (…), vivimos a merced d la
naturaleza y de las misteriosas combinaciones del tiempo y del
espacio (XXIV, 225).
Fago tiene una obsesión,
que lo persigue en sus visiones fantasmagóricas hasta la muerte: su
pasado. Su pasado es Saloma o Salomé, la mujer amada, cuya pérdida
desespera a nuestro personaje. Y Saloma revive en las circunstancias
folletinescas que involucran a Fago como confesor en el fusilamiento
de D. Adrián Ulibarri, padre de Saloma. Revive en otro personaje del
mismo nombre, Saloma, la baturra, que el autor hace cruzar en el
camino de Fago para desesperarlo. Revive en las alusiones de unos
campesinos que le dicen que anda de ama de cura.
Saloma, el pasado, será
un fantasma a quien Fago perseguirá en vano. Sólo tenemos una
noticia cierta en vida del personaje, la que proporciona su prima
monja, Isabel Ulibarri, que vive en tierras de Álava.
En su actuación
vacilante por nuestro Episodio, Fago tiene dos puntales en los que se
apoya: D. Tomás Zumalacárregui y Saloma Ulibarri, o lo que es o
mismo la milicia y el amor.
El autor contrapone a los
dos protagonistas, Zumalacárregui y Fago, como cara y cruz de una
misma moneda. En la primera entrevista entre el General y el
sacerdote hay un compás de espera: “Zumalacárregui (…)
mirándole fijamente (…) >>Amigos de usted me ha informado de
sus aficiones a la guerra. Déjeme usted ser franco y decirle que
los curas armados me gustan poco<<” (IX, 81).
El segundo encuentro ya
fue más cordial: “¿Qué?- preguntó Zumalacárregui (…) ¿Cree
usted que la cosa es difícil, imposible?. –Nada hay imposible (…)
Si esto fuera fácil, creo que vuecencia no me lo encargaría a mí.
Traeré el cañón” (X, 92).
El próximo encuentro
será ambos a caballo, “de silla a silla, poniendo los caballos al
paso” (XIV,129), con un Fago orgulloso de la misión cumplida, y un
Zumalacárregui que le felicita con urbana frialdad.
Zumalacárregui
representa todo lo que Fago admira. El trato con el General había
despertado en él un irremediable ardor guerrero y también la
convicción de las cualidades para desarrollarlo con éxito: “Lo ha
hecho Zumalacárregui, lo habría hecho yo tan bien como él (…) y
si me apuran diré que mejor” (VIII, 73). De tal manera se siente
identificado con el General, que se mete en su mente, conoce de
antemano sus planes estratégicos, sabe todo lo que va a hacer: “Todo
lo que yo pienso lo piensa él, pero lo piensa después que yo”
(XVI, 146).
La trama novelesca separa
a los dos protagonistas. Mientras Zumalacárregui conquista laureles,
Fago se hunde en le marasmo mental, que lo arrastra a situaciones
penosas.
La desgracia los volverá
a unir, cuando Zumalacárregui tiene que poner sitio a Bilbao, deseó
ver a Fago y éste con sincero atrevimiento, propio de un loco, le
dice al General todo lo que pensaba, que, a su vez, sería lo que
pensaba el caudillo carlista:
Vuecencia
esclavo de su deber, obedece órdenes disparatadas del Rey (…)
Vuecencia no debe obedecer (…) debe presentar la dimisión
resueltamente, y que venga otro a ejecutar los propósitos que
concibe el cerebro vacío de los que rodean a nuestro Rey (…) El
héroe de esta guerra, el restaurador de la monarquía legítima no
tomará Bilbao…El por qué…él lo sabe…y yo también (XXIX,
277-278).
Tras la herida fatal Fago
ya no va a abandonar a Zumalacárregui. El General no mejora y Fago
tiene fiebres nerviosas. Tiene lugar una última entrevista en la
que Fago le habla de la inutilidad de la guerra, pero el General no
contesta, tan sólo le hace una reflexión: “Yo le alabo a usted
(…) el gusto de preferir la religión a la guerra (…) Siempre me
pareció usted de superior entendimiento, apto para todo” (XXXII,
303).
Al día siguiente mueren
ambos: el General con los auxilios religiosos y con honores; Fago sin
compañía y sin los auxilios religiosos; recibió incluso tirones de
orejas y estrujones en los brazos para comprobar que estaba muerto.
Pero no sólo han muerto
José Fago y Zumalacárregui; sino que ha muerto el carlismo. ¿Por
qué? Pues por la incompetencia, obcecación y fanatismo de sus
dirigentes (la camarilla real), que ha llevado a Zumalacárregui al
sacrificio, y por otro lado Fago representa la falta de lógica y de
ideas de la causa carlista.
Galdós quiso proyectar
en José Fago el símbolo del carlismo que, iniciado en buenos
principios, erraba equivocadamente el camino. Ha perdido, por un
error personal, a su amada (España) para perseguirla luego de una
manera febril e inapropiada. El estado eclesiástico en que se ampara
Fago, contribuye a hacer de él un lunático, un atormentado
perseguidor de quimeras inalcanzables.
Tiene momentos lúcidos
en que promete victorias (a la sombra de Zumalacárregui, como el
carlismo conoció); pero su inestabilidad personal, fomentada por sus
malos consejeros, acabará haciéndole sucumbir. Y muere cerca de
Saloma, a quien su ofuscación personal le ha impedido ver.
José F. Montesinos,
refiriéndose a José Fago proyecta su simbología más allá del
carlismo, tesis que apoya Avalle Arce.
Él (José
Fago) simboliza esa humanidad torturada por mil agentes, el más
cruel, la propia condición, que vemos debatirse dolorosamente (…)
por la vorágine de una guerra que detestan y a la que no saben
hurtarse, soñadora de grandezas pasadas, que intenta escapar de sus
limitaciones persiguiendo a un fantasma de su pasado, como Fago a
Saloma, ideal que representa la esperanza de la reconciliación
personal y nacional.
Saloma: El otro
puntal en que se apoya José Fago es Saloma Ulibarri, que representa
su pasado borrascoso y alimenta una adolorida pasión amorosa. La
relación Fago-Saloma, vivida sólo en el recuerdo del protagonista,
pues de ella solo tenemos la referencia de su prima Pilar Ulibarri,
la monja, que nos dice que vive en tierras de Álava, pero nada más.
Pero, ¿esta relación
Fago-Saloma la podemos encuadrar dentro del folletín romántico?
Veamos los caracteres
folletinescos d la trama amorosa Saloma-Fago:
a) La presentación de
situaciones de doble sentido sobre la conducta de la actual Saloma,
que anda de ama con un misterioso cura.
b) El motivo de las
personas extraviadas con anhelada búsqueda por parte del otro
personaje. Fago busca a Saloma con obsesión y no la encuentra.
c) El protagonista
desequilibrado, loco, desquiciado concuerda bien con la anormalidad
de Fago.
Dos momentos de la trama
son una muestra fehaciente del folletín romántico en
Zumalacárregui. El primer momento corresponde a episodio de
la muerte de D. Adrián Ulibarri, en el que se dan dos casualidades:
el padre de Saloma y el confesor de oficio es el raptor de su hija.
El segundo se halla entre los capítulos XVI y XVII, que representan
el clímax del desquiciamiento de Fago: la aparición mágica,
visionaria de Ulibarri en el campo de batalla.
Sin embargo, la verdadera
Saloma o Salomé, para cerrar el folletín, aparece al final del
relato, es una de las mujeres que lavan en el río, y fiel al ideario
liberal de su padre, dijo: “Bien muerto está…Mandó fusilar a mi
padre”.
Hay otros personajes
secundarios que completan la trama del episodio. Empezaremos por la
figura del pretendiente, D. Carlos Mª Isidro, que aparece muy
poco y apenas merece algunos comentarios entre irónicos y burlones
del narrador:
En la Sala
Capitular, rodeado de frailes, estaba el Rey como menos ceremonia y
tiesura de la que al absolutismo podía corresponder, y a todos los
que entraban y le hacían alguna reverencia les agraciaba con una
sonrisa bonachona, en la cual era más fácil distinguir al
pretendiente que al soberano (VII, 61-62)
La visión negativa del
carlismo se expresa, sobre todo, a través de los personajes de la
camarilla, que rodea a D. Carlos, que son los culpables de conducir
al sacrificio a Zumalacárregui; esto dice Fago en conversación
Ibarburu: “No se concibe mayor obcecación que
la esos consejeros áulicos, que han puesto al caudillo al borde del
abismo” (XXX, 282).
Y cuando Zumalacárregui
es obligado a interrumpir su brillante campaña, ya a las puertas de
Vitoria, para acudir a Segura, también el narrador pronuncia un
encendido reproche a la corte carlista tan remisa a reconocer los
méritos de su héroe:
No ignoraba
(Zumalacárregui) que en la tertulia del Rey y en los corrillos de
toda aquella caterva de vagos y aduladores, se iba formando una
opinión adversa, regateándole sus méritos y servicios (…) Las
victorias (…) se atribuían al valor de las tropas realistas, y al
desmayo y falta de fe de las de la Reina (…) seguramente otro
general se habría plantado ya en tierra de Castilla, abriendo al Rey
legítimo el camino de Madrid (XXVII, 257).
No obstante cuando
Zumalacárregui fue herido, la comitiva se detuvo en Durango y fue
visitado por el Rey, que le ofreció que se quedara en el Cuartel
Real y le curaran sus facultativos, pero Zumalacárregui prefirió el
retiro de Cegama junto a sus parientes.
Arespacochaga:
Entre la camarilla que rodea al pretendiente destaca por su vaciedad
y petulancia el consejero de Castilla D. Fructuoso Arespacochaga y
Vidondo. Su figura la retrata con exactitud el narrador:
Era el tal
cortesano de D. Carlos persona de muy cortas luces, ambicioso forrado
en beato, de ideas comunes y palabras rebuscadas y ampulosas (…) su
mirada se esforzaba en ser aguda lo que sólo es privilegio de la
inteligencia (…) Usaba en el trato social posecillas, pausas,
caídas de ojos, y otros medios auxiliares de expresión que
conceptuaba indicadores de pensamientos recónditos: realmente era un
juego que respondía a la vaciedad de su inteligencia (XX, 181-182).
Encontramos a esta
criatura literaria al lado del Rey, teniendo la honra de concretar la
cuestión del consejo; y con la voz autorizada a la hora de decidir
las disparatadas cuestiones militares en presencia de Zumalacárregui,
en concreto le pregunta: “¿Tiene el General D. Tomás de
Zumalacárregui fuerzas para tomar Bilbao?” (XXVIII, 263).
Otra prueba de su
vaciedad muestra Arespacochaga, cuando con grandes precauciones, le
comunica a Fago que están preparando un Real Decreto, por el cual su
Majestad, va a nombrar Generalísima de sus ejércitos a la Purísima
Concepción, “para que dé la victoria a las armas que se esgrimen
en defensa de la fe de nuestros padres” (XXI, 197).
En Arespacochaga critica, Galdós, la burocracia parasitaria, que existía incluso en una corte
trashumante, que se instalaba de pueblo en pueblo, al compás de las
tropas carlistas. Don Fructuoso será el prototipo de adulador áulico
que contrasta con la nobleza de Zumalacárregui. El consejero se
situará entre los detractores del General en la corte, y su bajeza
moral se revela en que sea un apasionado defensor de una persona tan
falaz como el general González Moreno, que siendo gobernador civil
de Málaga atrajo con engaños a Torrijos y a sus compañeros hasta
Fuengirola, que se hallaban refugiados en Gibraltar y los pasó por
la armas.
Otro oportunista dentro
de la caterva de aduladores es el capellán Ceferino Ibarburu con
quien conversa Fago a lo largo del episodio. Pero Ibarburu no es un
romántico desnortado, como el también capellán José Fago. Los
motivos que él tiene para apoyar el carlismo, no son puramente
ideológicos, sino que aspira a obtener una mitra, cuando triunfe la
causa. Lo mismo le sucedía al resto de la camarilla, éste un
ministerio, aquel una embajada, lo que contrasta con la nobleza y
altura de miras de Zumalacárregui, y en el ámbito religioso de José
Fago.
Saloma, la baturra:
Reflejo de la amada de Fago, es el prototipo de la gente del pueblo,
buena, generosa y honrada. Sigue al ejército cristino haciendo
pequeño comercio en una cuadrilla de parásitos como “la Seda”,
amancebada con “Uva” o el tío “Concejil”, liberal también,
que había sido parásito de Sarsfield, de Quesada, de Rodil y de
Córdova.
Saloma, la baturra, mujer
de buenos sentimientos enjuicia negativamente la guerra y la figura
del pretendiente:
¿Y por qué
no viene el asoluto a
ponerse aquí en los sitios donde pegan?¡Ah! mientras sus soldados
echaban aquí el alma, él tan tranquilo en Artaza al amor de los
tizones (…). El D. Isidro ese, y la Isidra de allá, doña
Cristina, debieran ser los primeros en meterse en el fuego… pues
no, no veo la equidad. ¡Ay, españoles, que es lo mismo que decir
bobos! (XV, 142)
Saloma socorre a Fago, a
pesar de ser de distintos bandos, quizá por el paisanaje:
-Y ahora si
no quiere que sospechen quédese con nosotros (…) y aquí comerá
de lo que haiga. Si no
tiene dinero para el gasto, no le importe, que a mí no me falta un
duro para los amigos, y más si son de la tierra…Donde yo estoy
está Aragón...con que… (XVII, 165).
Y Saloma, la baturra le
ayudará de nuevo cuando se encuentre en la cárcel de Estella:
En su
desaliento pensó el capellán con seguro juicio que pues no le
salían amigos de valía por ninguna parte, era forzoso buscar el
arrimo y calor de los seres humildes que se habían acordado de
favorecerle en desventura. Mandó recado a Saloma, la baturra para
que a verle fuera (XXIV, 229-230).
Otros trazos de gente del
pueblo recoge Galdós como Fulgencio Pitillas, fanático
carlista, cuyas casas, graneros y ganados le había quemado Espoz y
Mina en las campañas realistas del 22 y del 28:
Todo lo
perdió por defender una idea; pero no le importaba con tal de ver la
idea victoriosa, ¿qué valían unos cuantos carneros y algunos sacos
de trigo en comparanza con la religión católica, y del trono
legítimo? Dios sobre todo (XIX, 174).
Contrasta con el
fanatismo de Fulgencio Pitillas la figura del solitario Simeón
Borra, que vivía en una cabaña en el monte Murumendi (capit
XII) y es visitado por Fago. Borra es un soldado carlista, que en el
año 22, Mina le sorprendió en actos de espionaje y le condenó a
muerte, conmutándole la pena por la menos cruel de cortarle las
orejas; fruto de lo cual se fue a su casa desengañado y sin ganas de
guerrear por ningún bando. Borra condena la guerra en sí, ya sea
realista o cristina. Está entregado a la religión y perdona a sus
enemigos.
Cuando se despiden Fago
le da una limosna (una moneda), que Borra rechaza. El ermitaño
desengañado, alienado, sólo se dedica al rezo. Sin duda, Galdós,
con este personaje, lanza su alegato antibelicista.
También como personajes
meramente episódicos aparecen, casi al final, Fray Cirilo de
Pamplona, pariente de la esposa del General, que enterado de la
herida del General, acudió al instante para acompañar al héroe a
Cegama. Fray Cirilo le propuso al General llamar a un curandero del
país, llamado Petriquillo, y no cabe duda que el fanatismo
propició que Zumalacárregui y sus parientes tuvieran fe ciega en el
curandero Petriquillo.
SIGNIFICACIÓN
Galdós comenzó a
escribir Zumalacárregui, cuando se había empezado a
revalorizar la valentía y el genio militar del héroe carlista. En
cierta medida Zumalacárregui es presentado como una figura positiva
y digna de admiración como genio militar con sus luces y sus
sombras.
La publicación de
Zumalacárregui en la primavera de 1898 se produce cuando ya
ha brotado en los lectores el interés por la novela histórica. El
año anterior había aparecido la novela de Miguel de Unamuno Paz
en la guerra, que tenía por referente histórico las guerras
carlistas, concretamente el asedio a Bilbao durante la tercera guerra
carlista.
En este ambiente decide
Galdós reemprender la redacción de esta 3ª Serie de los EE. NN.
La época histórica que
le correspondía narrar era la de la primera guerra carlista, cuando
en 1833, a la muerte de Frenando VII, se disputaron la sucesión al
trono su hermano Carlos María Isidro y su hija recién nacida, la
futura Isabel II, representada, entonces, por la reina regente, Mª
Cristina; y todo ello por la derogación de la Ley Sálica, que
impedía que las mujeres accedieran al trono, en caso de haber
varones con derechos dinásticos (hermanos, sobrinos etc).
Al lado del pretendiente,
D. Carlos, se alinearon los sectores más conservadores de la
sociedad española, pues el hermano del rey, ya era la cabeza visible
de la línea más dura del régimen. Don Carlos fue también el jefe
de un ejército paralelo: los Voluntarios Realistas.
Pues bien, en una reunión
celebrada el 13 de septiembre de 1832, dominada por el absolutista
Tadeo Calomarde, acuerda, ante la sorpresa general, que gobierne Mª
Cristina, como regente y Fernando VII firma la habilitación de su
mujer como regente. D. Carlos Mª Isidro impugna esta habilitación y
así nace el carlismo.
Los liberales, antes
perseguidos por Fernando VII, defendieron los derechos de Mª
Cristina como regente y los de su hija Isabel.
Y Pérez Galdós va a
narrar los inicios de la primera guerra carlista en este Episodio.
En las dos series
anteriores (Avalle Arce, 1971)
había concebido una novela inicial a modo de prólogo general de la
serie, en la que se perfilaban los personajes, el plan general de la
intriga, los temas y la ideología. Así sucede en Trafalgar y
mucho más exagerado el plan en El equipaje del rey José
(prólogo de la 2ª serie).
En cambio Zumalacárregui
es un episodio aislado, con la muerte de Zumalacárregui y Fago se
liquida la carpintería novelística construida para el inicio de la
3ª serie. Apenas quedan cabos sueltos que unir con los otros
episodios de la serie; pues Saloma Ulibarri reaparece en Luchana
y otros episodios de la 4ª serie, pero con presencia real. Y la
Saloma de Fago no está en la acción, sino en la mente del capellán.
Sólo aparece al final de la novela para dejar constancia de la
crueldad del general carlista.
Galdós, crea un episodio
cerrado en sí mismo, con lo que la inmanencia del relato novelesco
se corresponde con el fatal aislamiento del caudillo. Nada o casi
nada pervive de Zumalacárregui en la 3ª serie; así como
nada pervivió de D. Tomás de Zumalacárregui en la guerra de los
Siete años.
La estructura y el
argumento de Zumalacárregui tienen principio y fin en sí
mismos. La figura del caudillo carlista y la de su paralelo en la
ficción, cierran con sus muertes las últimas páginas del Episodio.
Sin embargo actúa a modo de prólogo, al menos en cuanto a los temas
que subyacen en toda la serie: la crueldad inútil del conflicto
civil, las anacrónicas ataduras de carlismo con su camarilla
clerical, el heroísmo callado del hombre del pueblo, primera víctima
inocente de la contienda; y junto a ello el folletín y los
ingredientes románticos convertirán a este primer episodio en el
pórtico de la 3ª Serie.
Zumalacárregui,
por otra parte, fuerza a Galdós a escribir una novela rural, que es
el escenario del héroe carlista. Y Galdós se siente incómodo al
recrear estos espacios naturales, que algunos ni siquiera había
visitado.
El ambiente urbano y la
clase media son los fuertes indiscutidos, donde el autor se movía
con comodidad; pero al campo se asomó a regañadientes y cuando lo
hacía se apoyaba en fuentes librescas. Así cuando en la “Novelas
Contemporáneas”se acerca a lo rural (Nazarín y Halma, de
1895), las sitúa en La Mancha y sigue las huellas de Don Quijote.
Pero el país
vasconavarro de la guerra carlista, Galdós no lo conoce, y tampoco
había modelos literarios a seguir en su época para las
descripciones del paisaje. Por eso se esmera en la documentación
topográfica y utiliza también la documentación que le envían los
corresponsales vascos.
Galdós, como buen
liberal, es totalmente contrario al carlismo. Por lo tanto no podemos
hablar de imparcialidad en la visión de la historia de la época.
Joaquín Casalduero dice que aunque el canario a veces sea imparcial,
ello “no quiere decir que sea neutral. Ni por un momento deja de
mostrar sus ideas a favor de un régimen de libertad y democracia,
aunque tampoco disimula, -y este es su dolor- que el gobierno
cristino apenas puede diferenciarse del partido carlista”.
El autor en todo momento
muestra su aversión ante el conflicto bélico, pero sobre todo ante
una guerra civil. Lanza una mirada piadosa al sufrido pueblo de
España, personificado en la gente sencilla, que, como cuadrillas
adventicias o como campesinos enfervorizados, se mueven entre los dos
bandos en lucha. Y nos da una visión dolorida del hombre español
que no acaba de encontrarse a sí mismo, con simbólica presencia en
José Fago.
La primera huella
antibélica la encontramos al comentar el narrador la sentencia a
muerte de D. Adrán Ulibarri: “tales justicias, que dentro del
convencionalismo militar así se nombran” (I, 9).
Pero el alegato más
antibélico surge de los labios de Simeón Borra, el ermitaño
desorejado, que huyendo de la barbarie se ha refugiado en la ladera
del monte Murumendi:
>>Yo
les digo que la guerra es pecado, el pecado mayor que se puede
cometer y que el lugar más terrible de los infiernos está señalado
para los armeros que fabrican fusiles (…). El que guerrea se
condena, y no vale decir que se guerrea por la religión<<.
(XII, 113-114).
Y si cualquier
enfrentamiento bélico era repugnante para Galdós, la guerra
carlista que se evoca en Zumalacárregui, no puede ser más
odiosa, porque se trata de una guerra civil y por ello fratricida,
brutal y feroz.
Más textos nos
proporciona el narrador de carácter antibelicista, esto dice del
General:
En tan breve
tiempo crece y se complementa una figura militar, que sería muy
grande si no la hubiera criado a sus pechos la odiosa guerra civil
(XXVIII, 260)
¡qué
tiempos! ¡qué hombres! Da dolor tanta energía empleada en la
guerra de humanos. Y cuando la raza no se ha extinguido peleando
consigo misma es que no puede extinguirse (XXIX, 280).
Habla Fago interpretando
la voz del pueblo:
La guerra,
digo yo, deben hacerla en primera línea aquellos a quienes
directamente interesa. Verdad que si tuvieran que hacerla ellos,
quizás no habría guerras (XXXII, 302).
Galdós parece darnos un
resumen de la 1ª guerra carlista y separa muy bien el carácter del
protagonista, su grandeza personal y militar, del resto del carlismo,
es decir la corte de aduladores del pretendiente. El final del
episodio parece aleccionador: el héroe herido abandona la guerra y
se va al reposo de Cegama a morir con los suyos. Parece como si
desentendiese de la contienda.
Sin embargo, Galdós no
muestra simpatía alguna por la causa carlista. Pero el retrato del
caudillo carlista es casi una exaltación; aunque intenta separar al
personaje Zumalacárregui de la idea del carlismo.
Lo mismo sucede con el
héroe de la ficción, el atormentado Fago, que también se
diferencia de los otros clérigos facciosos tanto como Zumalacárregui
de los otros generales carlistas.
El encendido responso
final que entona Galdós por Zumalacárregui, lo podemos interpretar
como la muerte del carlismo. Sería, pues, un réquiem por el hombre
y por la causa. Aunque este final, lamentablemente, no coincide con
la verdad histórica.
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