En la mitología clásica abundan las historias truculentas de engaños, traiciones, relaciones ilícitas y adulterios. El más conocido de los deslices adúlteros de los dioses del Olimpo es, sin duda, la famosa historia del adulterio de Afrodita esposa de Hefesto con Ares, que ha inspirado a poetas (“Los amores de Marte y Venus”) y pintores (“La fragua de Vulcano” de Velázquez en el Museo del Prado)1.
Pero la infidelidad conyugal de más trascendencia
en la mitología griega fue el abandono de Menelao, rey de Esparta,
por su esposa Helena, que huye con su amante, Paris, a Troya, después
de que éste violase las leyes de la hospitalidad. Esta trasgresión
(adulterio) dio lugar a la llamada Guerra de Troya entre griegos y
troyanos con victoria de los primeros. Y que los acontecimientos
desencadenados por este adulterio dieron a Homero material narrativo
suficiente para componer los dos cantos épicos fundacionales (Iliada
y Odisea) de la literatura occidental.
Y no deja de ser curioso que una vez concluida la
guerra Helena regresa con Menelao y aparentemente no sufre castigo.
Helena es una de las pocas mujeres adúlteras que no paga por su
trasgresión de las leyes y por tanto, podemos ver en ella una clara
prefiguración de la femme fatale, seductora y destructiva
cuya belleza hechicera la exime de recibir un castigo ejemplar.
Donde también encontramos mujeres adúlteras es en
la Biblia. En los diez mandamientos, el sexto y el décimo
condenan explícitamente el adulterio (Éxodo, 20): “No
cometerás adulterio. No codiciarás la mujer de tu prójimo (…),
ni su criada”.
Las leyes del Deuteronomio (22), dicen así
respecto del “Adulterio o fornicación”: “Si se sorprende a un
hombre acostado con una mujer casada, ambos morirán (…); así
quitarás el mal de Israel”. Así pues en el Antiguo Testamento el
ejemplo más llamativo es la seducción de Betsabé por el rey David
(Samuel, 11). En este caso nos encontramos a la víctima, la mujer
casada seducida. Los versículos bíblicos cuentan que Betsabé
acudió a la llamada del rey David y fue suya, a pesar de pertenecer
a Urías, su esposo legítimo.
En el Nuevo Testamento se abre la vía del perdón
cristiano para la mujer pecadora. En el evangelio de San Juan (8):
“La mujer adúltera”, Jesucristo la libera de ser lapidada con
estas célebres palabras: “El que de vosotros esté sin pecado, sea
el primero en arrojar la piedra contra ella”. Después Jesús le
dice: “Tampoco yo te condeno; vete, y no peques más”.
Pero no será este el tenor que se seguirá
aplicando en el trato social del adulterio de la mujer y la
literatura llevará a cabo su representación a lo largo de la
historia. Será, sin embargo, en la novela realista del siglo XIX
cuando cristaliza el género con Madame Bovary de
Gustave Flaubert, que es la novela que representa por antonomasia el
adulterio femenino en la segunda mitad del siglo XIX. La perspectiva
se centra en la mujer adúltera y se le otorga por primera vez voz
propia.
Los únicos que han pretendido acabar con la
desigualdad de las relaciones de pareja, el matrimonio y el adulterio
burgués son los nihilistas rusos, que lo reflejarían en sus
manifestaciones literarias. En efecto el pensamiento de los
nihilistas rusos preconiza muchas de las ideas anarquistas de
Bakunin, que se difundieron por Europa a principios del siglo XX.
Estos llevarían a cabo la abolición del adulterio en la sociedad y
por tanto, en la literatura. Plantean una sociedad utópica de
hombres y mujeres libres en la que la infidelidad conyugal es lícita
y plenamente admisible; entonces esta infidelidad de la mujer
anarquista, dejaría de suministrar materia novelable atractiva,
porque se habrían acabado las relaciones de dependencia y dominio
entre los sexos. Aunque en las manifestaciones literarias los
personajes de ficción, que deberían reflejar los ideales del hombre
y la mujer nuevos, se comportan aún como personas llenas de antiguos
prejuicios.
Sin embargo la trama triangular había llegado a un
grado notable de ‘automatización’ a finales del siglo XIX, de
tal forma que se agota como patrón narrativo. Y ya en el siglo XX
con el divorcio admitido y la incorporación de la mujer al trabajo,
pues la trama adulterina ha perdido parte del potencial conflictivo.
Pero adentrémonos en el estudio de las dos
novelas, La incógnita y Realidad” de Galdós que
responden de una manera original, como veremos, al patrón de la
novela de adulterio. Parece ser que la génesis de estas dos novelas
fue un suceso real: El crimen de la calle Fuencarral,
que actuaría de intertexto. Este crimen ocurrió en Madrid a
principios de 1888 y en él una señora rica fue asesinada en dicha
calle. Se acusó del crimen a la criada que vivía con la víctima.
En principio la criada confesó su culpabilidad, pero luego declaró
que tuvo un cómplice y en sus declaraciones cambió varias veces el
nombre del cómplice. La criada fue condenada a muerte y el proceso
despertó el interés del público por el cinismo de la asesina y
todos los periódicos aprovecharon el suceso para aumentar sus
ventas. El mismo Galdós escribió entre el 19 de julio de 1888 y el
30 de marzo de 1889 seis crónicas para el diario bonaerense La
Prensa. Galdós relató el crimen desde su condición de
periodista a los lectores argentinos, pero quedó sorprendido por la
capacidad de fabulación de la asesina que no confesó la verdad ni
en el momento de su muerte. La astucia de la asesina llevó a Galdós
a reflexionar acerca de cómo percibimos y conocemos la realidad y
estas observaciones quiso plasmarlas en estas dos novelas. La
incógnita, que fue escrita durante el proceso y Realidad
al concluir. La historia de estas dos novelas es bastante sencilla y
común: el adulterio de Augusta Cisneros de Orozco, y el suicidio de
su amante, Federico Viera, por sus remordimientos de conciencia.
No deja de ser significativo que la novela de
adulterio burguesa sea, por excelencia, la novela del adulterio
femenino, ya que el adulterio masculino goza de gran tolerancia
social, siempre que la relación extramatrimonial se llevara con
discreción y no supusiera la dilapidación del patrimonio familiar.
En estas dos novelas que tratan el mismo tema,
aunque de modo diferente, el adulterio femenino sirve de metáfora de
las ansiedades colectivas de una sociedad en época de cambios.
Adulterar según el diccionario de María Moliner es quitarle a una
cosa su pureza mezclándose con algo y esa mezcla supone una
trasgresión imperdonable desde el punto de vista de la sociedad
patriarcal.
La mujer adúltera presenta un desafío al
significado del matrimonio y de los roles sexuales, ya que pone a
prueba la familia como institución, la maternidad y la transmisión
de la propiedad, que son los pilares de la sociedad burguesa.
El adulterio de Augusta sirve de metáfora de las
ansiedades colectivas de una sociedad en una época de
inestabilidad. En su rol de mujer adúltera, Augusta se identifica
con el caos que amenaza al orden social burgués. Como Emma Bovary se
enamora de otro hombre para huir del aburrimiento de la vida
burguesa, demasiado ordenada según ella: “Me ilusiona el desorden
(…) Es cierto que me atrae el misterio, lo desconocido. Lo claro y
patente me aburre (…) Por qué me enamoraste tú grandísimo
tunante? Porque eres una realidad no muy clara” ( R.II, ix )
Augusta acepta y admira a su marido, pero no le ama.
Para ella el adulterio no significa nada malo, pues considera que el
amor verdadero es un sentimiento legítimo.
Pero veamos el desarrollo de las dos novelas, La
incógnita y Realidad, publicadas ambas en 1889 por la imprenta
“La Guirnalda” de Madrid, plantean la misma historia, pero
enfocada desde dos perspectivas distintas y con una técnica
literaria diferente. Son pues dos textos complementarios, que
enriquece el uno al otro y se deben leer seguidos, de hecho tanto la
edición de Cátedra (2004) como la de Akal (2009) ofrecen las dos
novelas en un solo tomo. Galdós le da a estas dos novelas la forma
epistolar y dialogada con el empeño de experimentar con la
escritura, con el afán de profundizar en el análisis de la realidad
y todo ello sin estridencias, dentro de la praxis habitual del canon
realista-naturalista (Etapa espiritualista). Realidad viene a
ser un híbrido entre novela y teatro. De hecho el drama Realidad
se estrenó en 1892 con la consiguiente adaptación para la escena y
Mª Guerrero interpretó a Augusta.
Pues bien, La incógnita es una novela
compuesta íntegramente por cartas de un único narrador, Manuel
Infante, a un destinatario D. Equis; mientras que en Realidad
intervienen los mismos personajes, pero es una novela dialogada.
En La incógnita quien nos da la versión de
los hechos es Manuel Infante, testigo de la acción, cuyo principal
interés por los sucesos ocurridos radica en que se está enamorando
de Augusta. Es diputado por Orbajosa y mantiene correspondencia con
su amigo orbajosense X (“A. D. Equis X, en Orbajosa”) y comienza
la correspondencia en “Madrid, 11 de noviembre” y termina con la
única carta “De Equis a Infante, Orbajosa, 24 de febrero”.
La historia se nos cuenta a través de sus cartas.
Desde un principio Manolo Infante advierte a su corresponsal que le
va a mostrar los hechos desde un punto de vista subjetivo. Infante
que frecuenta la casa de los Orozco en Madrid, sospecha que Augusta,
mujer de Tomás Orozco, tiene un amante. Intenta descubrir quién es.
Llega a creer que puede ser el joven Federico Viera, gran amigo suyo,
pero éste le disuade de su sospecha. La muerte de Federico en
extrañas circunstancias conmociona a todo Madrid; se comentan las
más variadas versiones y en todas figura Augusta.
Manolo Infante trata de investigar las causas de la
muerte de Federico. Recurre a “la Peri”, antigua amante de
Federico que no le despeja la X. Surgen más hipótesis, alguien dice
que el autor de la muerte es Orozco, quien se encontraba fuera de
Madrid esa noche en la finca Las Charcas. Ante la imposibilidad de
resolver el problema, Infante decide volver a Orbajosa.
Las dos últimas cartas plantean una rara pirueta
inverosímil, en la que Galdós rompe con el mundo real que ha regido
toda su obra. Manuel Infante recibe un paquete de su amigo
orbajosense X que contiene una novela en forma de diálogo titulada:
Realidad, novela en cinco jornadas. D. Equis le escribe
por primera vez y le dice que ha guardado sus cartas en el arca de
los ajos y las cebollas y que estos productos naturales han ordenado
los datos y elaborado una posible explicación del asunto.
Así Realidad se nos ofrece como la
metamorfosis de las cartas de Manolo Infante en novela y le dice X:
“no te quemes las cejas averiguando quién ha compuesto eso. La
realidad no necesita nadie que la componga; se compone sola” (LI,
XLII, 24 de febrero).
Lo primero que se advierte en La incógnita
es que el título es equívoco e incluso irónico, porque no hay una
incógnita, sino varias. La primera es la del destinatario de las
cartas, denominado precisamente X (la incógnita algebraica):
“Equisillo, Equis de mis entretelas”. La otra incógnita es la
planteada por la muerte de Federico Viera, ¿suicidio o asesinato?
Otra incógnita suscita el comportamiento se Augusta, ¿ tiene un
amante? Tomás Orozco, el marido de Augusta, ¿es un santo laico, un
hipócrita o un embaucador? Las dos últimas cartas son ajenas a la
trama argumental urdida en torno a las incógnitas planteadas por la
muerte de Federico y constituyen el nexo de unión con la novela
siguiente Realidad, donde en forma dialogada se irán
despejando las incógnitas.
REALIDAD:
Augusta Cisneros y su marido Tomás Orozco no tienen
una auténtica comunicación. La joven esposa tiene relaciones
amorosas con Federico Viera, hombre joven, atractivo y aristócrata,
pero impecune. El orgullo de clase le impide aceptar ayuda de nadie,
salvo de su amiga Leonor, “La Peri”, una prostituta. Federico no
se siente unido a Augusta más que por el deseo; no hay confianza
entre ellos. Piensa dejarla porque le molesta que siempre le esté
ofreciendo dinero; además sufre al ver que está engañando a
Orozco, un santo, un hombre elevado que intenta ayudarle. Orozco
había heredado una gran fortuna conseguida a base de estafas por su
padre, que era socio de Joaquín Viera, padre de Federico, el amante
de su mujer. Y de ese origen ilícito de la fortuna le viene a Orozco
esa manía espiritualista de perfección.
El padre de Federico Viera, Joaquín Viera regresa a
Madrid, dispuesto a dar un sablazo a Tomás Orozco. Quiere cobrar un
pagaré, que ya ha prescrito, de una sociedad de seguros, La
Humanitaria de la que fueron socios. Tomás Orozco no le da la razón;
pero para aliviar su conciencia decide entregar el importe del pagaré
a los hijos de Joaquín Viera, Federico y Clotilde.
La generosidad de Orozco abruma a Federico. Además
Cornelio Malibrán ha descubierto el piso que tiene alquilado con
augusta. Los amantes discuten a propósito del dinero. Federico se
pega un tiro en el costado y revólver en mano obliga a Augusta y la
criada que le dejen salir y oyen cómo dispara de nuevo y muere.
Al día siguiente Augusta finge que se ha enterado
de la noticia. Todos murmuran que ella algo tuvo que ver, pero ella
lo niega.
El interés de Realidad radica en la forma
original con que Galdós plantea el tema del adulterio. La novela
hablada Realidad presenta la infidelidad de la esposa, el
marido lo sabe y espera estoicamente que ella lo confiese, sin tomar
ninguna resolución violenta para reparar su honor.
Augusta reconoce los méritos de su marido, lo
admira, siente cariño hacia él, pero no le ama. Para ella el
adulterio no significa nada malo, pues considera que el verdadero
amor es un sentimiento legítimo. Con el convencimiento de que su
amor es legítimo, Augusta, la casada infiel, es una criatura amoral,
indiferente a las normas de la sociedad en que vive; sin embargo
tanto su marido Tomás Orozco, como su amante, Federico Viera son
dependientes de esas normas. Augusta, por su parte, vive y piensa
como un espíritu libre.
Además en la mayoría de las novelas de adulterio
la heroína termina castigada con la muerte por violar la institución
del matrimonio; en Realidad es al contrario, la adúltera
sobrevive sin ser castigada y es el amante el que muere por su mano.
Federico Viera se suicida porque no puede vivir sabiendo que ha
ultrajado el honor de su amigo y protector. Se siente inferior al
marido de Augusta, que soporta la infidelidad de su mujer y todavía
quiere ayudarle económicamente.
En la vida de Federico hay dos mujeres, Augusta y
“La Peri”, con Augusta comparte su cuerpo y con “La Peri” sus
confidencias. Para Federico, Augusta es una mujer dominadora que
trata de comprar su fidelidad y confianza con dinero, que sale de las
arcas de su marido. Galdós nos presenta una inversión de roles en
la novela Realidad; generalmente en las novelas de adulterio
la mujer se ve acorralada y sin dinero y recurre al hombre para
solucionarlo; en Realidad es el hombre quien no tiene dinero y
además está endeudado; y siente su amor propio herido cuando
Augusta le ofrece compartir con él sus bienes: “Soy rica. ¿ cómo
voy a soportar que vivas en la miseria? Yo quiero compartir
contigo mi bienestar, a la faz del mundo si es preciso. No me
avergüenzo de ello” (R. II, x ).
A Federico esta oferta le parece una humillación y
se siente indigno por saber que engaña a un hombre de moral
superior. Federico se siente prostituido como “La Peri” y no
acepta la degradación. En Realidad sucede lo contrario que en
Madame Bovary, donde Emma se suicida porque su amante le niega
el dinero para pagar sus deudas; mientras que Federico se suicida
porque se siente deshonrado al recibir la oferta monetaria, toma
conciencia de su desclasamiento económico.
Tienen interés las relaciones desinteresadas entre
Federico y “La Peri”, ésta es una prostituta que en una época
fue amante de Federico, pero ahora es su confidente y además le
presta dinero para pagar sus deudas. Estos favores los acepta el
infatuado Federico de “La Peri” y no de uno de su clase social:
“Por nada del mundo acepto yo, de un amigo de mi clase, ciertos
favores. ¿Por qué los acepto de ti, sin que mi decoro se sienta
herido? No puedo explicártelo claramente (…) ¿Se funda quizá en
nuestra degradación”( R. II, v)
Feal Deibe califica a Federico de héroe
calderoniano: “Es el amante, y no el marido quien se ajusta a la
tradición. Lo prueba dándose muerte a sí mismo, ya que según el
modelo calderoniano el amante debe morir. Al no matarlo el marido, el
amante se mata a sí mismo. De tal forma se identifica con el marido
engañado, y así se entiende muy bien el abrazo final de los dos
hombres (de Orozco y la imagen de Federico) y la exclamación de
aquel a este: “Eres de los míos”2.
La identificación del marido y el amante en su
desprecio por la adúltera es el producto de los prejuicios del rol
de la mujer y su lugar en la sociedad. Para los hombres del círculo
de Augusta la mujer casada debía ser fiel a su marido, de lo
contrario se la consideraba una prostituta destinada a satisfacer los
instintos sexuales del hombre.
Realidad refleja la fascinación que siente
Augusta por todo aquello que se aleja de la rutina insoportable de la
vida diaria. Augusta tiene buena posición económica, pero considera
que la vida burguesa y ordenada, como esposa fiel de Tomás Orozco,
no le proporciona los placeres de la sorpresa o de lo repentino. La
adúltera confiesa su culpabilidad a la sombra acusatoria de su
esposo de esta forma: “Bendito sea lo repentino, porque a ello
debemos los pocos goces de la existencia. ¿Hemos nacido acaso para
este tedio inmenso de la buena posición teniendo tasados los afectos
como las rentas (…). Y lo peor es que la educación puritana y
meticulosa nos amolda a esta vida, desfigurándonos lo mismo que el
corsé nos desfigura el cuerpo” (R, I,viii).
Galdós nos presenta en Realidad el adulterio
femenino como un acto de rebeldía contra las normas sociales que
oprimían a la mujer. Pone el foco en la educación basada en la
hipocresía, que sólo se preocupaba del “qué dirán”. Sin duda
la novela constituye una dura crítica a los valores morales y
sociales de la sociedad burguesa de finales del siglo XIX.
El tema del adulterio es presentado en sus novelas
desde diferentes perspectivas. En La de Bringas
describe los problemas de una mujer de clase media, que se degrada
por motivos económicos. Rosalía Pipaón comete adulterio para pagar
sus deudas. En Lo prohibido el tema es tratado desde el
punto de vista del seductor. José Mª Bueno de Guzmán, rico
heredero seduce a sus primas casadas. En cambio en La incógnita
y Realidad se presenta el tema del adulterio desde una
perspectiva más liberal y más compleja. Tenemos un marido
excepcional (un santo laico), un amante que se suicida por honor y
una mujer sexualmente libre, que ama el placer. Lucha por su amor,
que le parece legítimo y no siente culpabilidad por su infidelidad.
En cuanto a los personajes sólo Augusta había sido
destacada en La incógnita, mientras que la personalidad de
Orozco y Federico quedaba un tanto difusa.
Pues bien, a pesar de ser Augusta la “mala”, la
trasgresora, resulta un personaje atractivo y Orozco un personaje
negativo. A esto ayuda, en parte, el hecho de que la figura de
Augusta esté presuntamente basada en Emilia Pardo Bazán, con quien
Galdós mantenía una apasionada y secreta relación, cuando escribía
estas dos novelas. Dice doña Emilia en una carta a Galdós, que
empieza así: Men are men, the best sometimes forget y
está fechada en “Sábado”: “Me he reconocido en aquella señora
(Augusta) más amada por infiel y por trapacera”3.
Carmen Bravo Villasante deduce: “Psicológicamente es posible
identificar a Galdós con el personaje de Orozco, ya que la Pardo
Bazán se ha reconocido en Augusta”.
La simpatía de Galdós por Augusta no es
sentimental, sino que ha creado un personaje lleno de valores
humanos, aunque la sociedad y los hechos parezcan demostrar lo
contrario. Su falta principal es el adulterio y no ha sido una
inclinación premeditada, sino un hecho al que sus condiciones
vitales la han empujado. Los ideales de perfección de su marido y
sus obsesiones por anular lo material han descuidado las necesidades
afectivas y libidinosas de su esposa: “Augusta no entiende de esas
perfecciones; me lo ha dicho. Es humana y no le hace maldita gracia
parecerse a los serafines”( R. IV, xvi)
Las relaciones maritales entre los Orozco son
prácticamente nulas y Augusta se ve abocada al adulterio, pero la
elección no ha sido buscada conscientemente: “Puedo asegurarte que
yo misma no me doy cuenta cómo he llegado a esto. Se ha hecho solo,
se ha arreglado como se arregla la realidad, (…) sin intervención
de nuestra voluntad, o al menos, por mera obra del sentimiento, que
todo lo añasca”, dice Emilia-Augusta (Cartas a Galdós,
p.82).
Augusta, como mujer inteligente, es consciente de su
situación, y aunque la religión y la sociedad condenen su falta,
ella no siente culpa, ni se siente angustiada por el adulterio
cometido. “¿Te asombras que no me disculpe?- le dice a la sombra
de su marido: “no siento en mí la menor culpa”.
Pero el matrimonio Orozco-Augusta no siempre ha sido
irregular. Lo que ha ocasionado la defección amorosa es la manía de
perfección de Orozco, que raya en lo patológico. Esto dice Augusta
al respecto: “Los santos deben estar en el cielo. La tierra
dejárnosla a nosotros los pecadores, los imperfectos, los que
gozamos, los que sabemos paladear la alegría y el dolor”
(R.I,viii).
Los ideales de perfección de Orozco son comentados
con profusión tanto en La incógnita como en Realidad.
Todo el círculo de amistades opina sobre ellos, unos a favor y otros
en contra. Para unos es un hombre digno de admiración, para otros un
hipócrita, incluso un fanático para otros. Y Augusta personaje
terrenal, vitalista, no entiende la esencia de la perfección y busca
explicaciones racionales que la llevan a dudar del buen juicio de su
marido: “Has dejado de ser hombre, si él fuera más hombre y menos
santo”, quizá ella no se hubiera visto empujada al adulterio.
En este afán de perfección de Orozco, la crítica
ha visto un acendrado narcisismo (una personalidad narcisista) y
cuando la libido se torna narcisista, los deseos sexuales se
abandonan y se sublima todo lo considerado material.
Tomás Orozco es un personaje complejo, que
desconcierta la lector, del mismo modo que desconcierta a Manuel
Infante. Primero nos lo presenta como el hombre más completo que
existe. Después duda de todas sus perfecciones y al final de La
incógnita le trata de embaucador: “Este Orozco, ¿qué
clase de hombre es? Explícamelo tú entusiasta de sus virtudes (…),
cuando éstas se presentan en tal grado de perfección, éntranme
ganas de dudar de ellas, o de tenerlas por papel bien estudiado y
aprendido para embaucar al mundo” (LI.,XXXVIII, 19 de
febrero).
Sólo en la última
jornada de Realidad, muerto el amante Viera, Orozco abre su
alma
y permite descubrir su
patología. Su idea de superioridad (perfección) se hace manifiesta
y con ella su desprecio por Augusta. Le pide que confiese su
infidelidad con el objetivo de humillarla: “No tiene alma para
nada grande- piensa Orozco de Augusta. Si me confiesa la verdad (…),
la perdono y procuraré recuperarla” (…). Pero Augusta no
confiesa y es evidente que Orozco no siente amor, ni celos, ni
enojo. Su único interés es la elevación moral de ella, dice
Augusta: “¿Ese perdón vale? El perdón de quien no siente; ¿es
tal perdón? (…) Su santidad me hiela. Yo no confieso, no
confesaré” (R.V, xii).
Más adelante se produce un diálogo mudo entre la
pareja, donde la oposición entre los sentimientos de ambos es
manifiesta: “Orozco: (…) Nada existe más innoble que los
bramidos del macho celoso por la infidelidad de la hembra”, y
Augusta responde:
”Si en él viera yo el noble egoísmo del león
que se enfurece y lucha por defender su hembra me sería fácil
humillarme y pedirle perdón”. (R.V,xii)
En la última escena la preocupación de Orozco es
que no trascienda socialmente lo que sucede en casa (la realidad):
“Que nadie advierta en ti el menor cuidado, la menor pena por lo
ocurrido en tu casa. Para tus amigos serás el mismo de siempre”
(R. V,xiii). Postura narcisista, pues.
Estamos ante dos personajes uno aparentemente bueno
y el otro malo. Pero las apariencias pueden ser engañosas. Orozco,
el santo laico, paradigma de la perfección humana tiene una
personalidad patológica. Y Augusta la mujer adúltera, mentirosa y
causante de la muerte de Federico Viera, es un personaje lleno de
valores humanos, víctima de su perfecto marido y de la hipócrita
sociedad en que viven. Galdós se hará esta pregunta en El abuelo
años después: “El mal…es el bien” o el bien…es el mal,
naturalmente.
En cuanto a Federico Viera, el amante, es un hombre
que vive anclado en el pasado. Sueña con la vuelta a la sociedad
estamentaria y se niega a adaptarse al nuevo sistema de valores. Sus
amigos le reprochan su orgullo, que mantiene por encima de todo,
aunque pase hambre. Este orgullo aristocrático se refleja en la
actitud con su hermana Clotilde, que la obliga a estar recluida en
casa porque no tiene dinero para hacer vida social; y tampoco le
perdona su fuga con el hortera Santanita, aunque sea, activo,
emprendedor y logrero. Federico no soporta que se salten las barreras
que separan las clases sociales. Su amor propio rayano en lo
patológico es lo que provoca su ruptura con Augusta (suicidio). No
soporta la bondad de Orozco, cuando le está ultrajando. Tan grande
es su obsesión que incluso aparece la sombra de Orozco y conversa
con ella. En el fondo Viera se siente atraído por su rival y lo
tiene tan idealizado, que se suicida en un arranque de dignidad. Don
Ricardo Gullón sugiere la atracción homosexual entre Orozco y
Viera.
Federico Viera se encuentra entre la espada del
deshonor y el muro de la pobreza; y esto aumentado por los amores de
Clotilde con Santanita, un hortera de bolera, aunque logrero
emprendedor; y por lo tejemanejes de su padre, el sablista Joaquín
Viera. Su padre influye en la decisión de Orozco de entregar el
pagaré a Federico y a Clotilde, lo que precipita el desenlace del
suicidio de Federico.
Toda la catástrofe le sucede a Federico por estos
motivos: 1º es un señorito arruinado que necesita dinero; 2º su
hermana que se desclasa casándose con el hortera Santanita; 3º la
aparición de su padre adicto al sablazo y 4º Malibrán (ancora
il Malibrán) descubre el piso donde se ven Viera y Augusta y
avisa al marido de la infidelidad de Augusta.
Augusta no comprende la actitud de ninguno de los
dos. Es una mujer sensual, sin aspiraciones morales. En cierta medida
la mujer adúltera sirve de mediadora de la relación entre los dos
hombres-amante y marido- permitiendo el vínculo entre los dos
hombres, que es superior al vínculo con la mujer amada.
Para Federico el adulterio en sí tiene poca
importancia, puesto que la falta se le imputa a la mujer casada,
según la mentalidad patriarcal. Sin embargo Augusta con su vitalismo
e independencia está dispuesta a abandonar todas las leyes por el
amor libre, hecho que causa inquietud a Federico. Augusta pretende
enaltecer el adulterio, convirtiéndolo en una relación burguesa,
estable y ordenada con un marido consentido. Pero a Federico, hombre
de honor y tradicional, lo que le preocupa es el marido ofendido,
que, además, es su benefactor. No soporta su superioridad moral, la
perfección narcisista de Orozco y por honor se suicida.
Hay otra figura femenina, Leonor, “La Peri”,
prostituta con la que Federico tuvo relaciones; y ahora hay entre
ellos sólo amistad pura. Es la única persona en quien confía
Federico, es su confidente y acepta su dinero sin sentirse degradado.
Por último el matrimonio de la hermana de Federico,
Clotilde con el hortera emprendedor, Juan Santanita representa el
igualitarismo de la emergente clase media.
CONCLUSIÓN:
Si hacemos una glosa de los títulos de las novelas
que hemos analizado, nos encontramos con La incógnita, que no
es una, sino varias y Realidad, que tendría que despejarnos
todas las incógnitas; pero tampoco lo cumple; pues no sabemos quien
es “X”, el destinatario de las cartas de Manolo Infante. Y aunque
Tomás Orozco se entera del adulterio de su mujer, ella no le
confiesa la ‘realidad’.
En cuanto al significado de los nombres de los
protagonistas, Augusta, la esposa de Tomás Orozco, es una adúltera
augusta, egregia e ilustre por la libertad que se toma en una
sociedad tan pacata. Tomás, el incrédulo marido, negará hasta tres
veces el adulterio de su mujer por el “qué dirán”. Augusta
sigue con su marido, se restaura el orden; y si acaso el único
castigo que recibe es quedar privada de su amante.
Tenemos también a Cornelio Malibrán y Orsini,
personaje secundario, que es quien descubre el piso donde se ven
Augusta y Federico, y claro con el nombre que tiene, no es extraño
que actúe de “mercurio” de la infidelidad (de los cuernos).
Leonor, amiga y confidente de Federico Viera, este
nombre fonéticamente tiene algo en común con honor, quizá el que,
a toda costa, quiere defender Federico, evitando el matrimonio de su
hermana y no aceptando dinero de Augusta. Pero quizá nos interesa
más su sobrenombre, “La Peri”, en La incógnita (LI.
XVIII, 6 de enero), Manolo Infante la califica de “moza de esas del
partido”, una prostituta, y que el origen “del apodo se
encontraría en el misterioso lexicón de la gente del bronce”
(Ibídem); pues bien, aún hoy se le llama a una mujer casada o
soltera de costumbres licenciosas así: ¡Esa es una peritorda!;
y de ahí podría venir lo de “La Peri”; porque
Leonor no es una “peripatética”.
Por lo que respecta a las innovaciones literarias,
La incógnita es una novela epistolar con un único punto de
vista y una mínima participación del destinatario. Quizá Galdós
siguió la tradición de la novela epistolar europea del siglo XVIII
(Richardson, Goethe y Ch. de Laclos con Les liaisons dangereuses).
En España Juan Valera también empleó la carta como artificio
novelesco en la primera parte de Pepita Jiménez (1874).
Realidad es la primera novela dialogada de
Galdós, que tendría como antecedente La Celestina. Los
personajes con sus diálogos presentan la realidad, a veces con
elementos antirrealistas como los apartes, soliloquios y monodiálogos
(que es un diálogo interno con otra persona que puede estar presente
físicamente o ausente). Otro elemento teatral antirrealista es el
uso de las sombras, como las que utilizó Shakespeare en Hamlet y
Macbeth. Vemos, pues, que para llegar a la pura realidad, tiene
que transgredir el realismo de la época.
Se trata de dos novelas urbanas basadas en la
sociedad madrileña de la Restauración, tal como venía haciendo
Galdós: novelar la sociedad madrileña. Los personajes son de clase
alta con ligera participación de personajes populares. Espacio,
pues, madrileño y tiempo reducido en Realidad; mientras que
en La incógnita el tiempo dura 4 meses según el envío de
las cartas.
Referente al tema del adulterio don Benito plantea
el triángulo amoroso de una forma original, una mujer Augusta que
lleva la iniciativa y que quiere darle estabilidad a su relación y
un amante Federico, hombre de honor, que no soporta la situación de
ofender al marido de Augusta por ser un hombre de moral superior y
además recibir dinero de él; por eso se suicida, cuando la
castigada debía haber sido Augusta.
¿Recibe castigo Augusta? Pues en cierta medida sí,
porque queda privada de su amante, se restaura el orden y su
matrimonio sigue tal cual, evitando el qué dirán.
En el trasfondo autobiográfico es doña Emilia
quien se ve reflejada en el personaje de Augusta y Galdós
psicológicamente en Tomás Orozco.
Tal vez la mayor complejidad de las dos obras
analizadas está en los personajes Tomás Orozco, marido de Augusta y
Federico Viera, su amante. Ambos constituyen el doble perfil de la
cara del dios Jano (pasado y futuro), Tomás es un hombre ansioso de
perfección que mira al futuro; Federico es un inconforme, un
inadaptado que mira al pasado, que sueña con la antigua sociedad
aristocrática. Leonor, confidente de Federico, es una víctima de la
sociedad burguesa y Augusta es el vehículo de descomposición de la
familia burguesa. Ambas mujeres coinciden en la atracción por
Federico Viera, pero para Federico una es la amiga confidente y la
otra es la amante, y cuando Augusta invade el terreno de Leonor, “La
Peri”, ofreciéndole dinero, se produce el conflicto.
Personajes complejos, tanto Orozco como Federico,
que Augusta y Leonor no alcanzan a comprender las sutilezas de sus
afinidades en el ámbito de la perfección. La coincidencia de ambos
en el afán de perfección la expresa Federico en el deseo que
comunica a la Sombra de Orozco: “Nos haremos pastores, marchándonos
a una región distante, donde impere la verdad absoluta”
(R.IV,xvi) y le contesta la sombra.“Eso sí”.
Esta identificación de los dos hombres, por encima
de sus destinos y conductas tan diferentes, queda sellada en el
abrazo con que termina Realidad, le dice Orozco a la Imagen de
Federico: “Eres de los míos. Te admiro, y quiero que seas mi amigo
en esta región de paz en que nos encontramos. Abracémonos” (R.
V,xiii). Se produce la fusión con la imagen de Federico.
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