Orfeo y las bacantes
En
los años 50 y 60 del siglo XX las mujeres llegaban vírgenes al
matrimonio, pero muy sobadas, bien magreadas diríamos.
El
‘hambre’ sexual estaba presente en la vida cotidiana, a pesar de
la represión. En las aglomeraciones de gente y en los grandes
almacenes había magreadores habituales que contaban, a veces, con el
beneplácito de algunas mujeres necesitadas de contactos.
En
los tranvías y en el metro nació la figura del ‘rabero’, que se
adosaba al trasero generoso de alguna hembra y allí hacía las
delicias de Onán; aunque algunas veces se encontraba con el aguijón
(alfiler) presto de la mujer recatada o sin ganas de broma.
Por
otra parte para satisfacer esa hambre de sexo había casas de
tolerancia en el centro de las ciudades y en los denominados barrios
chinos con casas de citas, bares de prostitución y de alterne y los
cabarets; la afluencia a estos lugares era periódica y regular y se
intensificaba los fines de semana.
Fuera del ámbito del barrio chino las pajilleras desarrollaban su labor en los descampados, haciendo la faena de pie y dejándose tocar por el interfecto.
En
los cines, en las filas de atrás, también actuaba alguna lumi, ya
en el ocaso, aliviando con mano presta el aquelarre hormonal de los
jóvenes. Más adelante (años 60 y 70) este alivio lo practicaban
los homosexuales, ya no a paja que te crió, sino haciendo
felaciones, rodilla en tierra, a los novios que venían calentados
por sus novias y futuras madres de sus hijos.
Aparentemente
la moral estaba tan respetada, que hasta los serenos velaban por la
honorabilidad de las parejas de novios, que se besaban, a
hurtadillas, en lugares oscuros, en los portales y en los parques. El
chuzo era más o menos rígido según la moralidad del sereno.
Se
decía que algunas señoritas ponían su cuerpo a disposición del
joven que les gustaba, con tal de que el virgo quedara intacto, tal
era la obsesión del españolita/a por el himen. Se daba el caso que
algunas señoritas llegaban a ofrecer el amor del revés con tal de
no mancillar su honra, digo virgo.
El
recato de la mujer era tan intenso que los recién casados, en la
noche de bodas, la mujer no se desnudaba en presencia del marido y le
recibía en la cama debajo de la sábanas desnuda y con un clavel en
el monte de Venus.