Al asalto se sumaron
Honorio Sánchez Molina, cerebro y financiero de la empresa y dos
personas de los bajos fondos de la época, Antonio Teruel López y
Francisco de Dios Piqueras, tahúres profesionales.
Atracan el vagón correo
y asesinan a los dos ambulantes de Correos, porque el narcótico que
había preparado el “Pildorita” no hizo efecto o no tomaron la
cantidad suficiente del vino que le ofrecieron. A continuación
Navarrete, Piqueras y Teruel comienzan a abrir los sobres y paquetes
en busca de dinero y joyas; pero con su nerviosismo olvidan los
envíos de más valor.
Una vez recogido el
botín, los bandidos saltan del tren, antes de que entre en la
estación de Alcázar de San Juan, donde José Donday les espera con
un taxi para llevarles a Madrid. El tren continúa su marcha hasta
Córdoba, sin que la pareja de la Guardia Civil advierta nada.
Una vez que llegan a
Madrid se reparten el botín en casa de Antonio Teruel, que vivía en
la calle de Toledo. Navarrete se encarga de llevarle su parte al
quinto miembro del grupo y cerebro del atraco, Honorio Sánchez
Molina.
Descubierto el doble
crimen en la estación de Córdoba, la policía comienza la
investigación y dan con el taxista que los trajo de Alcázar de San
Juan, indicándole a la policía el final del recorrido en la calle
Toledo.
El sereno de la calle
Toledo informa a la policía de la extraña actividad de Antonio
Teruel e interrogan a su esposa y la llevan detenida a comisaría.
Antonio Teruel oculto en
la buhardilla, ve cómo se llevan a su esposa, y, sintiéndose
acosado, se suicida el lunes 24 de abril de 1924. La portera, que oye
ruidos en la finca, avisa a la policía, que fuerza la entrada y
encuentra el cadáver de Antonio Teruel con un tiro en la sien. En
los tubos metálicos de la estructura de la cama de matrimonio, la
policía encuentra escondido parte del botín del robo del tren
expreso de Andalucía.
Pronto detienen al resto
de la banda, sólo José Donday logra atravesar la frontera, pero se
entregó en la embajada española en París.
Se celebra un juicio
sumarísimo y se condena a muerte a José Mª Sánchez Navarrete, a
Francisco Piqueras y a Honorio Sánchez Molina. José Donday se libra
de la muerte con una condena de 30 años.
Eduardo Zamacois1,
para documentarse sobre su novela, Los muertos vivos (1932),
cuya acción se desarrolla en un presidio, pidió permiso para
presenciar la ejecución de los asaltantes del tren expreso de
Andalucía sucedido en 1924.
Los condenados eran tres:
Honorio, autor intelectual, que tenía una tienda en la calle
Hortaleza de Madrid, Piqueras, tratante de ganado y tahúr y el
afeminado funcionario de Correos, José Sánchez Navarrete, hijo de
un coronel de la Guardia Civil.
Antes de la ejecución
pasaron la capilla en la cárcel Modelo de Madrid. Asistieron a la
ejecución el citado Eduardo Zamacois y el también escritor Luis de
Oteyza.2
A los periodistas se les había negado la entrada.
Siempre tenía acceso a
la prisión la asociación centenaria, “Hermanos de la Paz y la
Caridad”3,
cuya misión era acompañar y consolar a los reos en el último
trance. Allí estaban los reos Honorio, Piqueras y Sánchez Navarrete
y había también una larga mesa como para un banquete surtida de
fiambres selectos, dulces, pasteles y vinos generosos. En el centro
de la capilla estaba el altar y celebraban la misa para los reos.
Los condenados comienzan
a despedirse de sus seres queridos. Honorio pide perdón a su esposa
e hijos. Piqueras, el tratante, hablaba de las ferias de Sevilla y de
Badajoz, como si la ejecución al alba, no fuera con él.
José Sánchez Navarrete,
el homosexual fue el coautor junto con Piqueras y Teruel, que se
suicidaría días después, del asalto al tren Expreso de Andalucía;
y el resultado fue el asesinato de dos compañeros, ambulantes de
Correos. Sánchez Navarrete disparó a su compañero corpulento, que
estaba avanzando con Piqueras y Teruel, ante la instancia de éstos.
Sánchez Navarrete, de
unos 25 años, convertido en un guiñapo por el miedo a morir es
visitado en capilla por un duque, que se disculpó por no haber
venido antes a consolarle. Entonces Sánchez Navarrete- amante del
duque- le ofrece una cigarrera de oro para que se acuerde siempre de
él. Y Sánchez Navarrete profiere: -“Señor duque…Usted ha sido
el único amor de mi vida”.
Después de esto ya
entran en acción los verdugos, que eran dos: el de Madrid y el de
Burgos, a quien la Dirección de Penales ordenó trasladarse a Madrid
por si su compañero caía enfermo.
El verdugo de Madrid,
largo, flaco, callado, era francamente desagradable, repelente. El de
Burgos, que era más viejo, tenía su desparpajo y confianza en sí
mismo. Era bajito, de barba y cabellos blancos y mejillas rosadas,
recordaba a Víctor Hugo.
Los verdugos cobraban las
ejecuciones aparte del sueldo, a diez duros. El verdugo de Burgos,
que era el decano de los verdugos españoles, llevaba ya 58
ejecuciones y con las dos de hoy 60.
Ya estaban dispuestos los
tres patíbulos. El primero en aparecer fue Honorio, el comerciante,
que seguía gimoteando y sin encarar lo inevitable con valentía.
El verdugo de Madrid era
quien debía ejecutarle, le invitó a sentarse y le sujetó los
brazos y lasa piernas con fuertes correas. Honorio seguía
lamentándose. El verdugo le tapó la cara y le colocó la ‘corbata’
fatal sobre la garganta e hizo girar la palanca, pero no acababa con
la fortaleza de Honorio. Tuvo que intervenir el verdugo de Burgos (el
decano) y dar una vuelta completa a la palanca y el reo sucumbió. El
médico que estaba presente pudo certificar su muerte.
El segundo en ser
ajusticiado fue Piqueras, el tahúr y valiente se encogió de hombros
y dejó hacer al verdugo decano. Sacó del bolsillo la fotografía de
su madre, la miró por última vez y cuando sintió el frío de la
‘corbata’ fatídica dijo: -“Señores…buenos días”.
A Sánchez Navarrete lo
llevaron al patíbulo en brazos. Murió inconsciente. Decían que su
defensor, el capitán Matilla, le había aplicado una inyección de
morfina para que no sufriera inútilmente.
Una vez cumplido el fallo
de la ley en la fachada de la cárcel ondeó la bandera negra y eran
las seis en punto de la mañana.
BIBLIOGRAFÍA:
Oteyza, Luis de,
Anticípolis, Ed. de BeatrizBarrantes Marín, Cátedra,
Mzadrid, 2006
Reta Munárriz, Ramón,
Hermandad de la Paz y la Caridad, Navarra, 2010
Zamacois Eduardo, Un
hombre que se va, de. Renacimiento, Sevilla, 2011
Madrid, 26 de junio de
2013
Anastasio Serrano
1
. Eduardo Zamacois, Pinar del Río (Cuba), 1876, Buenos Aires, 1976.
Cubano, aunque de ascendencia española. Se exilió después de la
guerra civil a Argentina. Periodista. Colaboró en el semanario
Germinal y dirigió en Barcelona, Vida Galante. Fue
director de El Cuento Semanal y Los contemporáneos.
Novelista, dramaturgo, conferenciante, hombre de letras en suma ,
cosmopolita y seductor
Autor, en una primera época, de novela
erótica o galante: Punto negro (1897), Loca de amor y El
seductor (1902).
Y una segunda época de novela realista:
Memorias de un vagón de ferrocarril, 1924, Los muertos
vivos, 1932, La antorcha pagada, 1935 y el libro de
memorias titulado: Un hombre que se va (1964), reeditado por
Renacimiento en 2011.
2
. Luis de Oteyza, Zafra (Badajoz), 1883, Caracas, 1961. Poeta
primerizo en la órbita del modernismo: Flores de almendro, 1903,
Brumas, 1905 y Baladas, 1908.
Autor de obras divulgación como: Galería
de obras famosas, 1916, Las mujeres de la literatura,
1917.
Periodista de El Liberal y director de
La Libertad, para este periódico consiguió una entrevista
con el cabecilla del Rif Abd-El Krim. Iba acompañado, del que luego
sería el famoso fotógrafo Alfonso (Alfonso Sánchez Portela). La
entrevista titulada: >>Caudillo del Rif<<, salió con
una fotografía de Abd-El krim, el día 8 de agosto de 1922.
Fue pionero de la radiodifusión en España.
Fundó una de las primeras emisoras de radio en Madrid: Radio
Libertad.
Autor también de libros de viajes: De
España a Japón, 1927, Al Senegal en avión, 1928.
Como novelista publicó: El diablo blanco,
1928, Anticípolis, 1931, El tesoro de Cuauthémoc,
1932, La tierra es redonda, 1933.
Y un libro de memorias: Fichas de mi
archivo, 1945
Al estallar la guerra civil tomó el camino
del exilio.
3
. Esta “Hermandad de la Paz y la Caridad” tiene un origen bien
peculiar, que no era otro, que el acompañamiento de los reos, que
eran condenados a muerte en Navarra y ejecutados en Pamplona, aunque
también existía esta Hermandad, y con el mismo cometido, en otras
ciudades de España, como en la situación descrita en Madrid.
Recientemente, en 2010, Ramón Reta Munárriz publicó el libro:
Hermandad de Paz y Caridad. Ten valor y confía en Dios.
Y según cuenta Ramón Reta en su libro los Hermanos de la Paz y la
Caridad, además de acompañar al reo desde la capilla al cadalso,
una vez ejecutado, recogían el cadáver y le daban cristiana
sepultura . La Hermandad estaba formada por hombres de buena
posición social y económica y su dedicación era a una misión, no
bien vista, movidos por razones humanitarias. Las últimas palabras
que los hermanos dirigían al condenado al pie del patíbulo eran:
“Ten valor y confía en dios”, lema de la Hermandad.
Según estudios recientes los primeros
servicios prestados por la Hermandad corresponden a una ejecución
fechada en enero de 1757 y la última atención prestado a un reo
condenado a muerte se produjo en 1957 en Pamplona.
Como compensación a la actividad de socorrer
a los condenados a muerte, el Ayuntamiento de Pamplona en el año
1883 encargó a la Hermandad de la Paz y la Caridad que fueran los
portadores de la Virgen de los Dolores, función que sigue
realizando la Hermandad hasta nuestros días, inútil, felizmente,
su primera misión por haber sido abolida la pena de muerte.