Génesis de la novela: La
voluntad fue la primera y más significativa novela de José
Martínez Ruiz, publicada en la primavera de 1902 por la editorial
Henrich y Cía de Barcelona, dentro de la colección: “Biblioteca
de Novelistas del siglo XX”, dirigida por Santiago Valentí Camp.
El editor Manuel Henrich y Girona, determinó que las novelas de esta
colección tuvieran un número no inferior a 300 páginas. José
Martínez Ruiz cumplió con lo estipulado por el editor, ya que la
edición príncipe de La voluntad tenía 302 páginas; ya
hemos visto los problemas que tuvo Unamuno con Amor y
pedagogía y Pío Baroja también tuvo problemas con El
mayorazgo de Labraz.
Una peculiaridad de Azorín (Miguel
Ángel Lozano Marco, 2011: xxxii-xxxiii) en la composición de sus
novelas es el acarreo de diversos textos que habían sido publicados
en la prensa periódica y que de una manera pertinente y oportuna se
integren en la novela y por tanto adquieran carácter novelesco.
Vamos a ir citando todos los artículos que aparecen en La
voluntad, según el orden cronológico de su publicación; así
tenemos que casi todo el texto del capítulo VI de la segunda parte,
la visita al Anciano, se había publicado en la Revista Nueva
(24.XII.1899) con el título: >>En casa de Pi y Margall<<.
Las ideas pesimistas que expresa Yuste en el capítulo VIII de la
primera parte, vienen a ser una versión adaptada del artículo >>Los
juguetes<<, Madrid Cómico (5.V.1900). El
discurso que Antonio Azorín lee ante la tumba de Larra en el
cementerio de San Nicolás, en el capítulo IX de la segunda parte,
es el que José Martínez Ruiz leyó en el homenaje al escritor el
día 13 de febrero de 1901. También las meditaciones de Antonio
Azorín en el capítulo IV de la segunda parte (el monólogo interior
en el café Revuelta, en Toledo, que aparece entrecomillado) fueron
publicadas en Mercurio (3.III.1901), con el título de >>La
tristeza española<<. El episodio del toxpiro de Quijano
(capítulo XIII de la primera parte) responde a un suceso real, del
que se ocupa J. Martínez Ruiz en su artículo >>El inventor
Daza<< en la Correspondencia de España
(5.VIII.1901), de cual extrae un párrafo que aparece entrecomillado.
En el capítulo VI de la primera parte, Yuste lee en un periódico un
artículo titulado>>La protesta<< y en la realidad es
>>El escándalo general<<, que J. Martínez Ruiz publicó
en El Correo Español (7.II.1902). Se trata de un artículo
con un fuerte contenido irónico, donde los tres amigos
protagonistas, Pedro, Juan y Pablo, representan a Martínez Ruiz,
Baroja y Maeztu, que entonces formaban el grupo de “Los tres”
para criticar las injusticias de la política y de la sociedad. Esta
asociación de “Los tres” se disolvería poco después.
Siguiendo con este acarreo de
materiales en el Prólogo, a modo de ensayo histórico Martínez Ruiz
toma una cita de un “Diario” inédito sobre las obras de la
Iglesia Nueva, y dice: “marcha la obra con tanta lentitud, que da
indignación ir por ella”. Más adelante viene otra cita, en la que
el Ayuntamiento reclama fondos al Gobierno para concluir el templo; y
según dice la nota nº 1 de la edición de Castalia, todos los datos
de este prólogo de la construcción de la Iglesia Nueva provienen de
un
estado de cuentas de la época (1859), conservado en la Casa-Museo
de Azorín en Monóvar 1.
Por último también conviene
señalar que los dos primeros capítulos de La voluntad fueron
publicados en febrero de 1902 en la revista La España Moderna
(nº 158), con los títulos: >>Impresiones españolas. Una
ciudad<< e >>Impresiones españolas. Un clérigo<<.
Pero en este caso se utilizan un par de capítulos, una vez escrita
la novela, como anticipo, para despertar el interés del lector, a
modo de estampas o bocetos.
Por otra parte La voluntad
fue escrita, en parte, en un cuarto donde apenas podía revolverse,
de casa vieja, situada en la calle Relatores de Madrid; fue además,
“otro improperado, menospreciado, a su aparición, libro escrito
concienzudamente, con muchedumbre de noticias auténticas, y que
también con el tiempo-lo dicen los lectores- ha ido ganando”2,
dice Azorín en su libro de memorias Madrid.
José Martínez Ruiz tomó apuntes
durante meses en la biblioteca del Instituto de San Isidro de Madrid,
el antiguo Colegio Imperial de los jesuitas para La voluntad:
Apuntes sobre la vida monástica, que Martínez Ruiz plasma en
los capítulos XXI y XXIII, de la primera parte, sobre la profesión
de Justina y la vida de las monjas. Esto está documentado en su
libro Madrid, capit. XLIII, esto dice: “Dediqué yo en la
biblioteca de San Isidro atención preferente a la vida de las
religiosas”3.
Argumento de La Voluntad: Tres partes, más un prólogo y un epílogo componen La Voluntad. En el prólogo se dan informaciones sobre la construcción de la Iglesia Nueva en Yecla y también de algunas actitudes de los yeclanos frente a sus antepasados los iberos.
En la primera parte vemos a Antonio
Azorín escuchando las ideas y doctrinas de su maestro Yuste, con
quien pasea por el campo. La vida de Yecla y el paisaje están en el
ambiente. También se relaciona con sus conciudadanos, habla con un
inventor de un torpedo eléctrico y con otro que inventa un aparato
para lanzar 40 kilos de dinamita a 5 km.. Destaca entre sus amistades
la del padre Lasalde, director del colegio de los Escolapios y
arqueólogo. Sus conversaciones tratan sobre temas filosóficos y
teológicos; pero también estéticos y literarios. Azorín mantiene
un pensamiento anarquista, dice el maestro Yuste: “-Azorín, la
propiedad es el mal… Y de la fuerza brota la propiedad y de la
propiedad el Estado, el ejército, el matrimonio, la moral. Azorín
replica:- Un medio de bienestar para todos supone, y esa
igualdad..”(pp. 80-81).
Azorín siente cierto amor por
Justina, mujer elegante e inteligente que lucha entre su amor por
Azorín y el deseo de entregarse a Dios. Justina, aconsejada por el
padre Puche, elige el convento. Surge Iluninada (nótese el
simbolismo de su nombre) en su vida, mujer activa y voluntariosa,
pero altanera, burda y trivial. Tras la muerte de Yuste y de Justina,
Azorín se traslada a Madrid.
En la segunda parte Azorín se
instala en la capital y desarrolla su actividad periodística, pero
ya va marcado por el pesimismo: “Azorín (…), no cree en nada, ni
estima acaso más que a tres o cuatro personas entre las innumerables
que ha tratado” (p.195). Se mueve por ambientes literarios y
populares. Visita al padre Lasalde en Getafe, donde ha sido
trasladado. Hace un viaje a Toledo con Enrique Olaiz (trasunto de
Baroja). Visita a Pi y Margall, ídolo político de Azorín, y
también visita la tumba de Larra. Es expulsado de un periódico por
defender el amor libre y ninguneado por un compañero periodista,
que no le cita como asistente a la presentación de una novela de
Baroja. Abandona Madrid y vuelve cansado a su tierra.
En la tercera parte, de nuevo en el
pueblo en una narración en primera persona recoge siete fragmentos
de un yo reflexivo y decepcionado: “(…) soy un pobre hombre, soy
el último de los pobres hombres de Yecla” (p.271). Azorín está
casado con Iluminada y vive sin entusiasmo.
Y en el epílogo es el propio
autor-personaje (J. Martínez Ruiz), quien cuenta en tres cartas a
Baroja, cómo ha encontrado a Antonio Azorín: casado, vive con su
suegra, tiene dos hijos y no dispone de libertad. Apenas lee los
periódicos, ni escribe. Habla también de la envidia y rencores que
hay en el pueblo (usureros, embargos, abandono de la agricultura). La
novela no concluye, sino que se detiene, se dejan de añadir páginas.
La estructura de La Voluntad está formada por el prólogo, las tres partes y el epílogo. El prólogo forma parte de la novela, nos habla de la construcción de una catedral en Yecla y ésta será el símbolo que dominará toda la novela. Las tres partes de la novela están divididas en capítulos, sin títulos y con numeración romana y desigual extensión, aunque muchos de ellos se aproximan a un artículo de periódico. Algunos capítulos de la primera parte están divididos en secuencias separadas por asteriscos (colocados al tresbolillo); así tenemos el capítulo I, que está dividido en dos secuencias narrativas; el capítulo VI narra las idas y venidas de los “ingenuos regeneradores”: Pedro, Juan y Pablo; en el capit XVIII hablan el sacerdote, Orduño y Val, el inventor del torpedo y por último en el capit XXVIII se señalan las diferentes horas del día que preceden a la muerte de Justina.
También podemos destacar que los
capítulos XVI y XXII tienen estructura de diálogos dramáticos
entre Lasalde, Yuste y Azorín, con alguna acotación: “Sonriendo.
Tras larga pausa. Con afabilidad” (p.170)
La novela se divide en tres partes
bien diferenciadas entre sí, y un epílogo. La primera parte es
mucho más extensa que las restantes. Tanto ésta como la segunda
parte están narradas en 3ª persona y en la tercera parte cambia el
punto de vista; ya que está narrada en 1ª persona, es el propio
protagonista quien nos habla. El epílogo lo forman tres cartas que
el autor-personaje, J. Martínez Ruiz dirige a su amigo
Baroja-personaje y ambos amigos del protagonista.
La estructura es fragmentaria y
discontinua. En cada parte encontramos una serie de cuadros sueltos,
unidos por el protagonista, Antonio Azorín y el escenario. La
primera parte se desarrolla en Yecla, donde Azorín pasa sus años
juveniles adoctrinado por el maestro Yuste. Su actitud es meramente
receptiva; se limita a escuchar con avidez las palabras del maestro.
Apenas hay trama. La trama más consistente de la novela la
constituyen los frustrados amores del protagonista y Justina, que
bajo la dirección espiritual de su tío Puche, anciano sacerdote,
entra en un convento. Muy bella es la escena en la que los dos hablan
por última vez: “El diálogo entre Azorín y Justina (…) ha
cesado. Y llega lo irreparable, la ruptura dulce, suave, pero
absoluta, definitiva” (p. 138). En medio de estos amores frustrados
destaca la figura de Iluminada (nótese el nombre), que media entre
la pareja. Azorín admira en ella lo que a él le falta: la voluntad
y resolución. Termina esta primera parte con la muerte de los dos
únicos seres queridos por el protagonista: Yuste y Justina, su
antigua novia.
La segunda parte se inicia con la
marcha a Madrid. Antonio Azorín pasa a ocupar un lugar más
destacado. La realidad se nos ofrece a través de los ojos del
protagonista, que se expresa en largos monólogos en un estilo
directo, que alternan con la voz del narrador. Destacan algunas
estampas como el homenaje a Olaiz, joven nietzscheano y admirador del
Greco, que es trasunto de Baroja; la visita de Azorín al admirado
anciano Pi y Margall y el emocionado homenaje de los jóvenes
escritores ante la tumba de Larra.
La tercera parte es mucho más
deslavazada y tiene una entradilla (Tercera Parte), donde dice: “Esta
parte del libro la constituyen fragmentos sueltos escritos a ratos
por Azorín” (p.257), durante su viaje por el campo murciano, está
escrita en 1ª persona a modo de diario. Los siete capítulos de esta
tercera parte se desarrollan en tres enclaves espaciales, que son
Blanca (cap. I y II), convento de Santa Ana en Jumilla (cap. III, IV
y V) y las tierras yeclanas del Pulpillo (cap. VI y VII). La voz de
Antonio Azorín nos llega de manera directa y reflexiona sobre su
mermada voluntad, contempla la vida como absurda y examina el estado
de los pueblos con tintes noventayochistas, sobre todo la ruina de
los campos españoles por crisis vitivinícola y la usura. El
encuentro con Iluminada y la misa a su lado marca ya la aceptación
de un destino y de una voluntad muy debilitada: “Iluminada guarda
en el bolsillo de mi americana su libro de oraciones, con la mayor
naturalidad, sin decirme nada” (p.283). Yecla y la religión le
vencieron.
Y el epílogo de La Voluntad
se desarrolla de nuevo en Yecla, en un enclave temporal deducible
(unos días de 1902) y con un nuevo molde narrativo (el epistolar) y
un nuevo punto de vista el del autor-personaje J. Martínez Ruiz,
alter ego del protagonista. Este epílogo está formado por
tres cartas, que proporcionan nuevos datos al lector, que tienden a
ir marcando el desenlace. En ellas se nos informa del matrimonio de
Antonio con Iluminada, que trae consigo su completa anulación y el
alejamiento de la vida intelectual. La falta de voluntad de Antonio,
no es sólo consecuencia de las enseñanzas del maestro Yuste, sino
también de la peculiar idiosincrasia de Yecla, dice: “En otro
medio, en Oxford, en New York, en Barcelona siquiera, Azorín hubiera
sido un hermoso ejemplar humano, en que la inteligencia estaría en
perfecto acuerdo con la voluntad, en cambio la falta de voluntad ha
acabado por arruinar la inteligencia” (p.297). También se cita en
la carta III la Iglesia Nueva, sin terminar, que queda como testigo
de la falta de voluntad de un pueblo y de su incapacidad para el
esfuerzo continuado.
Las tres cartas, fechadas en “Yecla,
a tantos”, están firmadas por J. Martínez Ruiz y dirigidas a Pío
Baroja. Ambos remitente y destinatario son amigos del protagonista
por lo tanto personajes, pero a la vez por tratarse de personas
reales, los límites entre la realidad y la ficción se difuminan. El
final del epílogo no señala el cierre de la trayectoria vital del
protagonista. La última carta deja la novela abierta. J. Martínez
Ruiz apunta la posibilidad de una 2ª novela: “La segunda vida de
Antonio Azorín”, porque no cree que Azorín se resigne a vivir
así: Él es un ser complejo; (…) Azorín es lo que podíamos
llamar un rebelde de sí mismo (…). Esta segunda vida será como la
primera: toda esfuerzos sueltos, audacias frustradas, paradojas,
gestos, gritos…”(p. 300-301).
En cuanto al espacio está bien delimitado, no así el tiempo. El escenario más sostenido es Yecla en el prólogo, la primera parte y el epílogo. La segunda parte transcurre en Madrid con algunas salidas a Getafe a ver al padre Lasalde, a Toledo y en su viaje de regreso a Yecla recala en algunos pueblos murcianos de Jumilla.
Sin duda Yecla –la ciudad y el
campo- es el escenario de mayor protagonismo; se trata de una tierra
dotada de tanta fuerza que paraliza voluntades, determinando que
quede sin acabar la Iglesia Nueva y pasa a ser el pueblo símbolo de
España.
Las acotaciones temporales
son imprecisas. La acción de la novela es más o menos contemporánea
con su publicación (1902). Estas referencias temporales nos vienen
dadas por la ficcionalidad (novelización) de hechos documentados en
los que intervino el joven J. Martínez Ruiz: el viaje a Toledo
(diciembre de 1900), visita a la tumba de Larra (febrero de 1901) y
el homenaje a Baroja (marzo de 1902); pero en la narración tales
hechos carecen de determinantes temporales precisos y además se
rompe el orden cronológico de la ficción con la realidad. No se ha
buscado la correspondencia entre el tiempo real y el novelado.
Personajes: Del
protagonista, Antonio Azorín, nos llegan momentos discontinuos de su
vida. Así conocemos a Antonio Azorín en su etapa juvenil, formativa
y lo dejamos al cabo de los años en la edad adulta sumisa, casado
con Iluminada. Y lo que se nos cuenta son los diversos estados de
ánimo de este intelectual sensible y aislado, que se identifica con
los hombres de su tiempo. Además en la construcción del personaje
se han utilizado rasgos calificados de autobiográficos por parte de
J. Martínez Ruiz.
El maestro Yuste moldeará con sus
pláticas el espíritu inquieto del joven Antonio. Sus enseñanzas
llevan la impronta de numerosas lecturas de Nietzche, Kant, Montaigne
y sobre todo de Schopenhauer; en el capítulo III de la primera parte
al describir el despacho de Yuste se destacan los tres volúmenes de
El mundo como voluntad y representación y cómo las
palabras de Yuste transmiten el pesimismo de su lectura.
Contrasta con este filósofo
pesimista el padre Lasalde, hombre recto, de recia personalidad, que
representa un catolicismo consolador. En él aparecen la nota mística
y la filosofía voluntarista.
Las dos figuras femeninas son
antitéticas. Frente al misticismo y el espíritu de renuncia de
Justina, auspiciada por el padre Puche, el carácter imperioso y
autoritario de Iluminada.
También cabe reseñar la presencia
de dos personajes secundarios: Quijano y Val, que protagonizan los
inventos presuntamente espectaculares que han de secarnos de nuestro
atraso histórico. Actúan como símbolo de la mentalidad yeclana-y
por consiguiente española- que huye del esfuerzo continuado y se
aferra a las ilusiones (al golpe de suerte).
El paisaje:
Dice Yuste: -“Lo que da la medida
de un artista es su sentimiento de la naturaleza, del paisaje… Un
escritor será tanto más artista cuanto mejor sepa interpretar la
emoción del paisaje” (p. 130), esta afirmación del maestro Yuste
tiene su interés, ya que en esta ocasión es portavoz de Martínez
Ruiz, y además la crítica siempre ha considerado a Azorín como uno
de lo mejores cultivadores del paisaje. Carlos Blanco Aguinaga
dice:”Es Azorín el mejor y más constante paisajista de la
generación”4.
J. Martínez Ruiz como buen
impresionista emplea la mancha y la pincelada aislada según la hora
del día, con lo que tenemos la luz, que debilita los colores:
“En la lejanía el cielo cobra
tonos de verde pálidos. El mediodía llega. La mancha gris de
olivos es esclarece; el verde oscuro de los sembrados se torna verde
claro” (p.192). Los días grises ofrecen mayor riqueza cromática:
“En los días grises, la tierra toma tintes cárdenos, ocres,
azulados, rojizos, cenicientos, lívidos” (p.192).
No sólo las sensaciones cromáticas,
también las sonoras cobran importancia, así el ruido del amanecer
yeclano, que se inicia con el toque de las campanas de las distintas
iglesias, como si entraran en diálogo, es una clara expresión de la
religiosidad que domina al pueblo. El ruido de las calles y suburbios
de Madrid, producido por el tránsito urbano, envuelto en su
rutinaria inconsciencia será denigrado. En cambio en el paisaje
campestre será el silencio la nota primordial, sólo alterada por
los sonidos naturales del viento, del agua, del ladrido de un perro,
el trino de un pájaro o una canción lejana: “De cuando en cuando
un pájaro trina aleteando voluptuoso en la atmósfera sosegada;
cerca una abeja revolotea a un romero, zumbando leve” (p.192). Es
un paisaje sentido y que nos hace sentir, muy diferente del frío
paisajismo de la generación precedente.
En el capítulo XIV (1ª parte) el
maestro Yuste hace una reflexión metaliteraria acerca de la función
del paisaje en la literatura moderna. El maestro hace dos comentarios
a propósito de las estrategias descriptivas: el primer fragmento
analizado pertenece a la novela de Vicente Blasco Ibáñez, Entre
naranjos (1900), dice Yuste: “Ante todo la comparación es el
más grave de ellos. Comparar es evadir la dificultad (…) (p.130).
Y en la descripción de Blasco Ibáñez señala en cursiva el exceso
de comparaciones; y sigue reflexionando Yuste:
“(…) a pesar del esfuerzo por
expresar el color, no hay nada plástico, tangible…además de que
un paisaje es movimiento y ruido, tanto como color, y en esta página
el autor sólo se ha preocupado de la pintura… No hay nada
plástico en esa página, ninguno de esos destalles sugestivos,
suscitadores de todo un estado de conciencia…” (p.131).
Sin embargo esa capacidad para
interpretar la emoción del paisaje, la encuentra en un “novelista
joven, acaso… y sin acaso, entre toda la gente joven el de más
originalidad y el de más honda emoción estética…”; y Yuste lee
un fragmento de La casa de Aizgorri (1900) de Pío Baroja,
aunque también destaca en cursiva dos prescindibles comparaciones.
Sigue el diálogo metaliterario, y
Azorín dice: “(…) en la novela contemporánea hay algo más
falso que las descripciones, y son los diálogos. El diálogo es
artificiosos, convencional, literario, excesivamente literario”
(p.133). Contesta Yuste:
“-Lee La Gitanilla de
Cervantes. La Gitanilla es una gitana de unos quince años, que
supongo no ha estado en ninguna Universidad (…) Pues bien, observa
cómo contesta a su amante cuando éste se declara. Le contesta en
un discurso enorme, pulido, filosófico. Y este defecto, esta
elocuencia y corrección de los diálogos, insoportables, va desde
Cervantes a Galdós…Y en la vida no se habla así; se habla con
incoherencias, con pausas, con párrafos breves, incorrectos,
naturales. Dista mucho, dista mucho de haber llegado a su perfección
la novela” (p.133)
Significación:
Cuatro son “las novelas de 1902”
que tienen un carácter renovador: La voluntad, Amor y
pedagogía, Camino de perfección de Pío Baroja y Sonata
de Otoño de Valle-Inclán. Estas novelas valiéndose de
distintos y personales procedimientos narrativos rompen con los
moldes del realismo decimonónico. Además estos autores ofrecen
aportaciones teóricas sobre el nuevo tipo de novela, así Martínez
Ruiz en La Voluntad en el cap. XIV reflexiona sobre la novela:
“Ante todo, no debe haber fábula…la vida no tiene fábula: es
diversa, multiforme, ondulante, contradictoria”(…) (p.133),
afirma Yuste. Igualmente Unamuno en el capítulo XVII de “Niebla”
(dialogan Augusto Pérez y Goti, sobre la novela que Goti escribe).
“-Pero, ¿te has metido a escribir una novela? -¿Y qué quieres
que hiciese? – Y cuál es el argumento, si se puede saber?-Mi novela no tiene argumento, o, mejor dicho será el que vaya saliendo. El argumento se hace
solo.”5
La Voluntad, pues,
constituye un signo de modernidad literaria en las letras españolas
del principios del siglo XX. El joven Martínez Ruiz asimila la prosa
impresionista europea de los Goncourt, Anatole France y escribe una
novela con una forma cambiante y liberada de la esclavitud de la
fábula. Su escritura es síntoma de la disolución de los géneros
literarios, donde lo subjetivo y lo autobiográfico cobran fuerza. La
Voluntad renueva la novela tradicional y servirá de modelo a la
novela lírica y a la novela de vanguardia de Gabriel Miró, Gómez
de la Serna y Benjamín Jarnés.
Los temas que se tratan en La
voluntad son los siguientes: la presencia de la religión y lo
eclesiástico desde el prólogo (construcción de la Iglesia Nueva);
las enseñanzas del párroco Puche y del Padre Lasalde y la profesión
religiosa de Justina.
Otro tema recurrente es la presencia
del dolor como mal ineludible que testimonia el P. Lasalde: “Todo
es ensueño…vanidad…El hombre se esfuerza vanamente por hacer un
paraíso en la tierra…¡Y la tierra es un breve tránsito!...Siempre
habrá dolor entre nosotros!” (p.148); y en otro diálogo con Yuste
dice Lasalde: “El dolor será siempre inseparable del hombre…Pero
el creyente sabrá soportarlo en todos los instantes…Lo que los
estoicos llamaban ataraxia, nosotros lo llamamos resignación…”
(p.170). También el pesimismo del maestro Yuste contribuye a
resaltar la presencia del dolor, así en el capítulo III (1ª parte)
dice el narrador: “el maestro extiende ante los ojos del discípulo
hórrido cuadro de todas las miserias, de todas las insanias, de
todas las cobardías de la humanidad claudicante” (p.72).
La muerte de Justina y de Yuste, el
ataúd blanco en Toledo y el paso de los coches fúnebres camino del
Cementerio del Este en Madrid, sirven para subrayar la transitoriedad
de la vida y la existencia del dolor.
Asimismo dentro de las enseñanzas
del maestro Yuste está la crítica de la corrupción administrativa,
la inmoralidad de los políticos, la incultura del clero, la
estulticia de la burguesía, el abandono del campo y como
consecuencia la ruina. Nadie se salva, excepto el pueblo sencillo y
humilde aferrado a la tradición. Pueblo que ve Yuste representado en
los labradores yeclanos; y más tarde lo verá Antonio Azorín en el
labriego de Sonseca (capit. IV, 2ª parte): “¡Era un místico
castellano!” (p.206); igualmente Fernando Ossorio había encontrado
ese espíritu místico en el ganadero Nicolás Polentinos: “La
palabra del ganadero le recordaba el espíritu ascético de los
místicos y artistas castellanos”6.
Antonio Azorín, una vez terminado
su aprendizaje, podrá comprobar la veracidad de las enseñanzas del
maestro. Madrid será el lugar idóneo para darse cuenta de lo que es
la política, el periodismo y la literatura. Toledo le ofrece un buen
ejemplo de lo que ha llegado a ser el clero: “No hay hoy en España
ningún obispo inteligente” (p.207).
Yecla (trasunto de la España del
interior) representa la ruina y la usura por los problemas de la
depreciación del vino, con lo cual los usureros se hacen con las
tierras. Pero Yuste, que supo transmitirle conocimientos de actitud
honrada ante la vida, no fue capaz de prevenirle contra el hastío y
el pesimismo, del que era portador. Este pesimismo se adueña del
ánimo de Antonio Azorín y le hará caer en la abulia generacional.
En esta situación, carente de voluntad, la única salida que se le
ofrece, es la tomada tiempo atrás por el maestro Yuste: dejar Madrid
y volver a Yecla. Antonio Azorín, a diferencia del maestro, no sabrá
mantenerse en su condición de intelectual. Su mundo de lecturas será
sustituido por otro bien significativo: el cuidado del estandarte del
Santísimo. Caerá derrotado ante la fuerte voluntad de Iluminada,
convirtiéndose en un propietario rural consorte de la España
profunda del momento.
En cuanto a la recepción, La
voluntad se leyó poco, aunque la crítica no le fue adversa.
Las reseñas de los principales
críticos del momento: Bernardo G. Candamo, Zeda (Francisco
Fernández Villegas), José Martínez del Portal y Andrenio
(Eduardo Gómez Baquero), fueron bastante positivas. Sólo la
crítica de Fray Candil (Emilio Bobadilla) le fue adversa.
Cuando Azorín publicó la 2ª edición de La voluntad en la
editorial Renacimiento en 1913, escribió una nueva página, que
insertó al final, titulada, >>Desde la colina<<, porque
al releer el libro- cuando ya eran otras las ideas y la técnica del
autor- le dio la impresión del “viajero-un poco cansado y
entristecido- que desde la lejana colina contempla tras los años, la
vieja ciudad en que tantas horas de esperanzas y de tristezas pasaron
por él”7.
Hay escritores que han vivido en
continuo diálogo con sus obras. En cada nueva edición introducen
cambios, realizan supresiones con el fin de mejorar, de depurar la
obra. Tal es el caso de Valle-Inclán con las Sonatas. El caso de
Azorín es el contrario, corregía la primera edición y trataba de
olvidar para seguir con su tarea creativa. Además su criterio era
respetar la obra pretérita, esto dice también en >>Desde la
colina<<: “respetemos lo realizado en el tiempo; no nos
creamos con facultad por dar por no efectuado lo que ha tenido su
realización. Respetemos estrictamente nuestra obra pretérita”.
(Ibidem).
La 3ª edición es de 1919 y fue
editada por R. Caro Raggio, como segundo volumen de las Obras
Completas de Azorín y conserva el texto de 1902. La 4ª edición
fue publicada por Biblioteca Nueva, Madrid, 1939 y sufre la censura
del momento. Las ediciones que siguen a partir de 1940, Obras
Selectas, Biblioteca Nueva, 1943 (reimpresa en 1953 y 1963) y la
de las Obras Completas, vol. I, Aguilar, Madrid, 1947 (Edición
de Ángel Cruz Rueda), así como la edición de La voluntad en
el tomo II de Las mejores novelas contemporáneas,
Planeta, Barcelona, 1958, a cargo de Joaquín de Entrambasaguas,
todas ellas reproducen la 4ª edición censurada.
Por fin la edición de E. Innman Fox
(Castalia, Madrid, 1969) reproduce el texto de la edición de 1902,
corrigiendo las erratas. Esta edición crítica va precedida de un
interesante estudio introductorio.
Posteriormente y con motivo del
“Centenario del 98” se han producido dos ediciones en 1997: una
en la editorial Biblioteca Nueva, con un prólogo de Antonio Ramos
Gascón y la otra a cargo de María Martínez del Portal, en
Ediciones Cátedra con un amplio estudio introductorio y notas al pie
de página.
También fue editada en Obras
escogidas, vol. I, por Espasa-Calpe, Madrid, 1998 y por el diario
EL MUNDO: “Las cien mejores novelas en castellano del siglo XX”,
Bibliotex, Barcelona, 2001, con un esclarecedor prólogo de Guillermo
Carnero.
El centenario de la edición de la
novela en 2002, ha propiciado la traducción de La voluntad al
italiano: La voluntà por Lia Ogno y editado en “Le
Lettere”, dentro de la colección Piccola Biblioteca Hispánica,
dirigida por Francisco José Martín. Y este mismo año se publica la
edición facsímil de la 1ª edición por la Caja de Ahorros del
Mediterráneo, Murcia, como también hizo con Camino de
perfección, en 2002.
Por último la Biblioteca de Castro,
ha publicado La voluntad, dentro del tomo Novelas I de
Azorín (Diario de un enfermo, La voluntad, Antonio Azorín) a
cargo de Miguel Ángel Lozano Marco, Madrid, 2011.
Cuarenta años después de publicada
La voluntad en 1942, Azorín contestó a unas preguntas, que
le formuló Víctor Arlanza en El Español, Madrid,
19.XII.1942, sobre la realidad de los personajes, y esto dice al
respecto:
“De todo hay. Antonio Azorín,
naturalmente, soy yo mismo. Lasalde, el Padre Lasalde, existió con
ese mismo nombre: un sabio arqueólogo y bibliófilo, colaborador de
la Revista Calasancia y profesor mío en el colegio (…) Yuste, sí,
el maestro escéptico es un personaje imaginario; su apellido, que
por lo demás tiene un valor cesáreo- el retiro en Yuste (Cáceres)
de Carlos I-, es un apellido de mi familia. Y en cuanto a Justina,
tampoco existió nunca”.
Y en cuanto a la realidad del
paisaje, esto responde:
Nosotros escribimos (…) según el
procedimiento de Flaubert y de los naturalistas franceses (…)
para describir aquel panorama me levanté antes de amanecer tres
mañanas seguidas. Además de mi lápiz y mi cuaderno, me acompañaba
una lamparita, pues naturalmente no se veía. Y a su luz indecisa
iba escribiendo, describiendo los mil matices del paisaje, a medida
que iba asomando el sol. En cuanto al paisaje en sí, Yecla es
puramente manchego. No lo de Alicante con su gradación de grises.”
Y al preguntarle el periodista si
planeó La voluntad como una novela de tesis, Azorín
responde:
“De tesis no… De reacción
contra el medio. La voluntad se ha hecho, independientemente de mi
voluntad y de mi propósito de escribirla, representativa de aquella
generación nuestra y aun de un momento de mi evolución personal.
La voluntad es el deseo de
voluntad, deseo que a su vez implica una falta”8
Podemos, pues, concluir que en La
voluntad se describe el fracaso del joven revolucionario Antonio
Azorín, frente a una España hostil y en decadencia. Muestra,
también, la lucha interior del protagonista que intenta superar su
abulia, pero se siente ahogado por su pesimismo. Esta novela se puede
considerar como epítome de toda una minoría intelectual española-La
juventud del 98- que intentó transformar la vida social, política y
económica criticando a todas las instituciones. Sin embargo como le
pasa a Antonio Azorín, fue un grupo incapaz de poner en práctica su
rebeldía por falta de energía y decisión.
La historia personal del
protagonista puede extrapolarse a la realidad de entonces (el 98),
así como la actitud vital de José Martínez Ruiz, que adoptará el
apellido de su creación como seudónimo literario en 1903, AZORÍN.
Por otra parte, el título “La
Voluntad”, es una pura paradoja, bajo la cual se oculta la novela
de la abulia (no-luntad) y del fracaso.
A pesar de todo La Voluntad
es una novela que soporta el paso del tiempo y mantiene su vitalidad
textual y creativa cumplido el centenario.
Bibliografía:
Alonso Zamora Vicente, >>Una
novela de 1902<<, en La voz de la letra, Espasa-Calpe,
Madrid, 1958
Azorín (Martínez Ruiz José), La
voluntad, Edición de Inman Fox, Clásicos Castalia, Madrid,
1995.
-: Edición de Antonio Ramos
Gascón, Biblioteca Nueva, Madrid, 1997
-: Edición de Mª Martínez del
Portal, cátedra, Madrid, 1997
-: Edición de Miguel Ángel Lozano
Marco, en Novelas I, Biblioteca de Castro, Fundación José Antonio
Castro, Madrid, 2011.
Azorín, Madrid, Introducción
de José Payá Bernabé,Biblioteca Nueva, 1997
Azorín, Obras Completas I,
Edición de Ángel Cruz Rueda, Aguilar, Madrid, 1947
Baroja Pío, Camino de
perfección, Caro Raggio Editor, Madrid, 1993
Blanco Aguinaga Carlos, Juventud
del 98, Editorial Crítica, Barcelona, 1978
Entrambasaguas, Joaquín de, Las
mejores novelas contemporáneas, vol. II, Editorial Planeta,
Barcelona, 1963
Laín Entralgo, Pedro, La
Generación del 98, Colección Austral, Espasa-Calpe, Madrid,
1975 (8ª edición).
Show Donald, La Generación del
98, Cátedra, Madrid, 1985
Unamuno Miguel de, Niebla,
Edición de Armando F. Zubizarreta, Clásicos Castalia, Madrid, 1995.
Madrid, 25 de abril de 2012
1
. Martínez Ruiz J. Azorín, La voluntad, Edición de Inman
Fox, Clásicos Castalia, Madrid, 1989 (5ª edición) pp. 58-59.
Todas las citas textuales serán de esta edición señalando la
página.
2
.Azorín, Madrid, Introducción de José Payá Bernabé,
Ilustraciones de Luis García Ochoa, Biblioteca Nueva, Madrid, 1997,
capit. >>Los pupilajes<<. P.42
3
. O. C. p. 166
4
. Blanco Aguinaga, Carlos, Juventud del 98, Editorial
Crítica, Barcelona, 1978 ( p.272)
5
. Unamuno Miguel de, Niebla, Edición de Armando F.
Zubizarreta, Clásicos Castalia, Madrid, 1995, (p.178)
6
. Baroja Pío, Camino de perfección, Caro Raggio Editor,
Madrid, 1993, ( XVII, 120)
7.
Azorín, Obras Completas I, Aguilar, Madrid, 1947
(pp.995-996)
8.
Entrambasaguas Joaquín de , La mejores novelas contemporáneas,
Tomo II, Editorial Planeta, Barcelona, 1963 (pp.650-651)
1 comentario:
Extraordinario y esclarecedor análisis. Me ayuda a valorar mas a Azorín. Soy argentino y sociólogo.
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