Génesis: Amor
y pedagogía inauguró la colección “Biblioteca de Novelistas
del siglo XX”, que dirigía el escritor catalán Santiago Valentí
Camp y publicó la Imprenta de Henrich y Cia, editorial fundada por
Manuel Henrich y Girona en 1890.
Esta primera edición
lleva un prólogo, un epílogo y los >>Apuntes para un tratado
de Cocotología<<; todo ello a instancias del editor para
ajustarse a las 300 páginas que debía tener la novela. Al publicar
esta novela, Unamuno ya era Rector de la universidad de Salamanca
(había sido nombrado el 31 de octubre de 1900). Los problemas del
cargo y la muerte de su hijo influyen en la novela, que puede ser
considerada en clave de humor, un desahogo de sus problemas
personales.
En una carta al crítico
Candamo dice Unamuno:
“Estoy ahora enfangado
en una novela pedagógico-humanista (mis niños de 7 y 8 años me
ayudan sin saberlo). Me va saliendo un libro doloroso y triste, por
bajo lo grotesco. Y tiene no poco de sátira, tal vez hasta dura a
menudo. Gran parte de él es un cuento de amor, por primera vez en
mi vida es el amor como pedagogo”1.
En otra carta a su amigo
Múgica del 12 de mayo de 1902, Unamuno le dice, al enviarle un
ejemplar ya editado: “Le envío mi Amor y pedagogía, que me
ha comprado y publicado y editor barcelonés. Es como verá un
desahogo…en España no faltan quienes escriban bien, lo que falta
es quienes piensen o sientan”2.
Unamuno después del tira
y afloja con el editor por lo del tamaño de la colección, comenta
en el prólogo a la primera edición la anécdota del librero de
Bilbao, al que un cliente le pide los libros de un mismo autor, del
mismo tamaño para que no desentonen en la biblioteca. Y Unamuno dice
que publica para los lectores y no para las bibliotecas. Por eso
dedica su edición de esta forma: “Al lector dedica esta obra El
Autor”. Por fin el 26 de abril de 1902 Unamuno escribe a Valentí
Camp, que ha recibido los ejemplares de Amor y pedagogía y
que le ha gustado la edición, aunque tiene algunas erratas.
Síntesis argumental
Don Avito Carrascal,
personaje que ha sustituido la religión por la ciencia, cree que
puede obtener la genialidad haciendo un adecuado programa de
educación, basado en una vida austera y sin excesos. Decide Avito
Carrascal que debe casarse con una dólico-rubia, Leoncia, pero
cuando va a declararle su amor (a modo de informe científico) se
encuentra a una tal Marina, “braquimorena”, y se casa con ella.
Tienen un hijo; lo inscribe en el registro con el nombre de Apolodoro
(don de Apolo, el más bello), aunque su madre preferirá llamarlo
Luisito. El hijo predestinado a ser científico, es sometido a las
más diversas pruebas, como la de sumergirlo en agua al nacer, para
medir su peso específico y su densidad.
De la cuidadísima
educación se encargará el profesor don Fulgencio de Entrambosmares.
Crece Apolodoro en la mediocridad. El resultado parece normal, pero
su vida, carente de sentido, está vacía. Un día Apolodoro-Luisito
se enamora de Clarita. La chica rechaza al pedante portento y
prefiere a Federico, más fogoso y vehemente. El genio programado
sufre un desengaño y se suicida. Don Avito que aún confía en su
método, tiene la intención de aplicar la teoría a su nieto, hijo
póstumo de Apoldoro-Luisito Carrascal y Petra, la criada.
Contexto ideológico:
El final del siglo XIX había vivido un auge de los programas
científicos y Unamuno se propone caricaturizarlos con Amor y
pedagogía.
El Krausismo, la
Institución Libre de Enseñanza y la pedagogía institucionista
preconizaban la educación armónica del hombre para alcanzar el
progreso de la sociedad. Esta pedagogía estaba basada en la
libertad, el laicismo, la razón y la tolerancia. Herbert Spencer
aplicó la teoría de Darwin a los fenómenos sociales: la evolución
debe tender al progreso de la sociedad. Augusto Comte, representante
del positivismo, rechaza todo conocimiento subjetivo y sólo atiende
a los hechos, su clasificación, sus relaciones y sus leyes. Don
Avito y don Fulgencio están dentro de esta corriente, que Unamuno
caricaturiza.
La misión del pedagogo
es hacer hombres libres, hacer ciudadanos. El pedagogo debe ayudar al
alumno a conocerse a sí mismo, con sus límites y capacidades, y
ejercer su libertad, cosa que no hacen don Avito y don Fulgencio, que
pretenden a toda costa lograr un genio, ignorando las capacidades y
la naturaleza de Apolodoro.
Estructura
La primera edición de
1902 constaba de cinco apartados integrados en la ficción de la
novela:
1. Dedicatoria: “Al lector , dedica esta obra El Autor”
2. Prólogo original, con
enfoque autocrítico. Se simula escrito por un autor anónimo, que
critica al autor de Amor y pedagogía.
3.La novela, que Unamuno
llama logo, que consta de 15 capítulos numerados en romanos y
subdivididos, a veces, por escenas separadas por asteriscos.
4.Epílogo, de tono
irónico, escrito para ampliar las páginas del libro por exigencias
del editor.
5. Ensayo: “Apuntes
para un tratado de Cocotología”, atribuido a don Fulgencio
El la segunda edición de
1934 de añaden más elementos paratextuales:
“Un prólogo-epílogo a
esta edición”, escrito por el autor en el que se reflexiona sobre
las “nivolas” y un “Apéndice” grotesco sobre del
descubrimiento del sexo de las pajaritas.
En el Epílogo de la
primera edición, Unamuno cuenta alguno de los pormenores de la
publicación de la novela:
“Mi primer propósito
(…) fue publicarla por mi cuenta y riesgo, como hice, y por cierto
con buen éxito, con mi obra (Paz en la guerra); pero
necesidades ineludibles y consideraciones de cierta clase me
obligaron a cederla, mediante estipendio, claro está, aun editor”3.
También hace referencia
a la presión editorial para que las obras editadas en la colección
tengan cierta uniformidad (300 páginas).
Asimismo da noticia del
embarazo de Petra, la criada, que “tuvo la desgracia de enamorarse
de su señorito, del padre del fruto que ahora lleva en sus entrañas”
(p. 135), en el cual va a seguir aplicando, don Avito, su método
pedagógico.
Luego también incorpora
un texto: “Apuntes para un tratado de cocotología”, que trata
del arte de construir pajaritas de papel (para llegar a las 300
páginas exigidas por el editor barcelonés), texto que atribuye a
don Fulgencio y que responde a una de las aficiones más conocidas y
divulgadas de Unamuno.
Además hay otras dos
adiciones en la edición de Espasa-Calpe de 1934: “Prólogo-epílogo
a esta edición”, y encontramos una diferencia notable en el
prólogo a esta segunda edición, respecto del de la primera, y es la
lectura política que Unamuno hace de Amor y pedagogía en
1934: “El pobre don Avito Carrascal quiso de su hijo, mediante la
pedagogía, hacer un genio, y nosotros queremos hacer, mediante la
‘demagogía’, de nuestros hijos (…) de los hijos de nuestros
prójimos (…), unos ciudadanos” (p.18).
Don Avito, mediante la
pedagogía, pretendía lograr un genio, pues el Estado mediante la
demagogia, que Unamuno equipara con democracia, pretende formar
ciudadanos libres. Don Avito fracasa, por errar en el método, y
Apolodoro termina suicidándose: “Haga Dios que no tengan que
suicidarse-mental y espiritualmente se entiende- nuestros Apolodoros”
(p.19). Clara alusión a ese suicidio colectivo, que fue la guerra
civil. Unamuno escribe este epílogo en 1934.
La otra adición a esta
segunda edición es el Apéndice grotesco a los apuntes de
cocotología, donde ya se vislumbra el fascismo: una pajarita
contempla una puesta del sol en la mar, compuesta por una greca a
modo de olas sobre las que cabalga una svástica.
Todos los prólogos,
epílogos, ensayo y apéndices, el autor los ha incorporado al texto
narrativo y ahí radica la modernidad de la novela.
Por último dentro de
este doble o triple marco va el cuerpo de la novela con los quince
capítulos, numerados en romanos, separadas algunas escenas por
asteriscos.
El tiempo y el
espacio: Unamuno en Amor y pedagogía prescinde del tiempo
cronológico y del espacio concreto, desconocemos el cuándo y el
cómo de la acción. Los personajes carecen de pasado, nacen “in
medias res”: “Hipótesis más o menos plausibles, (…) es todo
lo que se nos ofrece respecto al cómo, cuándo y dónde, por qué y
para qué ha nacido Avito Carrascal. Hombre del porvenir, jamás
habla de su pasado” (p.23). Don Avito Carrascal, pues, carece de
biografía conocida. Su única entidad será la que se forje en el
texto. Nuestra información sobre el personaje será proporcionada
por el narrador, por los diálogos frecuentes que mantiene con el
resto de los personajes y por sus monodiálogos.
Los espacios que presenta
la novela son la casa de don Avito, “un microcosmos racional” y
la de don Fulgencio, que convive con esqueletos disfrazados, “un
hombre con chistera, corbata, frac, sortija en los huesos de los
dedos y un paraguas en una mano y sobre él está la inscripción
Homo insipiens, otro de un gorila, simia sapiens”
(48-49); y con carteles con aforismos de este jaez: “Pensar la vida
es vivir el pensamiento; El fin del hombre es la ciencia” (p.49).
Son espacios cerrados,
ajustados a las características psicológicas de los personajes. Así
es el despacho de don Avito: “Por todas partes barómetros,
termómetros, pluviómetros, aerómetro (…), que adonde quiera que
vuelva los ojos se empape de ciencia, la casa es un microcosmos
racional” (41).
Los personajes
son arquetipos para la sátira:
Don Avito Carrascal es un
apasionado de la pedagogía y de la ciencia en general. Pretende,
sirviéndose de métodos deductivos y de técnicas pedagógicas,
crear un genio. Una adecuada elección de la madre y un correcto
control de la gestación serán los primeros pasos a seguir. Desde el
principio de la novela vemos a don Avito luchando contra los
sentimientos. Don Avito lamenta haber caído en la ‘inducción’,
cuando debía haberse casado deductivamente, pero sigue adelante. Hay
como un “ritornello” (voz interior) que repite don Avito a lo
largo de la novela: “Caíste, vuelves a caer y caerás cien veces
más” (p.45), cuando se desvía del rigor pedagógico. No ha tenido
en cuenta en sus experimentos pedagógicos el amor, el instinto y la
naturaleza. Es el personaje más caricaturizado. Simboliza el
fanatismo científico y pedagógico.
Don Fulgencio de
Entrambosmares, apellido simbólico, en tanto que hace referencia al
hecho de moverse entre el amor y la pedagogía. Así lo presenta el
narrador: “Es don Fulgencio de Entrambosmares hombre entrado en
años y de ilusiones salido, de mirar vago (…), de reposado ademán
y de palabra en que subraya tanto todo que dicen sus admiradores que
habla en bastardilla” (p.48). “Profesa un santo odio, un odium
philosoficum al sentido común” (p.51). Pues bien a este
insodable filósofo encarga don Avito la educación de su hijo: “Tal
es el guía para la educación del genio” (p.51)
Don Fulgencio es más
moderado que don Avito- de Entrambosmares- le advierte: (…)
“quítesele de la cabeza lo de hacerle un genio; harto haremos con
que se nos quede en talento” (p.89). Es el personaje más complejao
de la novela, posible alter ego de los problemas existenciales
de Unamuno. Caricaturizado, además, al hacerle autor del Tratado de
cocotología
Don Fulgencio es el
maestro, el sabio, el filósofo en chancletas (Gullón R., 1976)
caricaturizado. La vida es para don Fulgencio un escenario en el que
cada hombre representa un papel asignado por Dios y lo importante
será poder intercalar una “morcilla” en ese papel asignado:
“Yo, Fulgencio
Entrambosmares, tengo conciencia del papel (…) que el Autor me
repartió (…), y procuro desempeñarlo bien (…). Y hay, fíjese
bien en esto, Avito, hay quien mete su morcilla en la comedia (…)
-La morcilla, ¡oh la
morcilla! ¡Por la morcilla sobreviviremos los que sobrevivamos (…)
Y ante todo, ¿sabe usted, Avito lo que es la morcilla? (…) Pues
la morcilla se llama, amigo Carrascal, a lo que meten los cómicos
por su cuenta en los recitados, a lo que añaden a la obra del autor
dramático (…) Por esa morcilla, sobreviviremos, morcilla, ¡ay!,
que también nos la sopla al oído el gran Apuntador” (p.54).
Don Fulgencio apunta aquí
los temas unamunianos de la dependencia del personaje de su creador,
que más tarde desarrollaría en Niebla.
Apolodoro, el futuro
genio, presunto protagonista del proyecto educativo, pero no por ello
aparece más definido que los demás. Ni siquiera tenemos un a
descripción física suya. Es presentado como un tonto, como un
pedante, resultado de una confusa educación. Desde su nacimiento se
ve condicionado por su nombre y por el destino que ha decidido su
padre para él. Con el tiempo acabará sufriendo un doble fracaso,
como escritor y como pretendido amante de Clarita. El final será el
suicidio.
La influencia materna
(amor) pugna por prevalecer sobre la paterna (pedagogía). La madre,
el amor, el instinto y la naturaleza contra el padre, la ciencia, la
pedagogía y la razón. Clarita le rechaza y ha fracasado como
escritor. Las ideas del padre no le sirven, no le queda otra salida
que el suicidio.
Apolodoro es un producto
del fanatismo de su padre, genio abortado y víctima indefensa, más
humano y creíble que su padre, don Avito. Es un personaje abúlico,
indolente como Antonio Azorín o Fernando Osorio. Apolodoro está
afectado por el “mal de fin de siglo”, tan propio de los
personajes del modernismo.
Los personajes femeninos
(Marina, la madre; Clarita, la amante; Edelmira, esposa de don
Fulgencio y Petra, la criada) tienen poca relevancia.
Marina, la madre de
Apolodoro, es la antítesis de don Avito. Encarna el instinto, la
vida, la pasión y representa la tradición, la intrahistoria del
pueblo dormido en su fe. Influye en su hijo Apolodoro, a quien
bautiza en secreto con el nombre cristiano de Luis y le da los besos
y caricias propios de una madre; mientras don Avito procura ir
imponiendo a su hijo una formación basada en la razón. Pero la
influencia de la madre es definitiva.
Al final, también, don
Avito cae en los brazos de Marina. Pierde don Avito por un momento la
confianza en la ciencia, en el progreso y se refugia en la tradición.
La novela termina cuando Marina besa la ardorosa frente de su marido
mientras grita: “¡Hijo mío! Y él responde: “-¡Madre!- gimió
desde sus honduras insondables el pobre pedagogo, y cayó
desfallecido en los brazos de su mujer.
El amor había vencido”
(p.146).
Algunos críticos- dice
Anna Caballé- han querido ver “el triunfo del amor frente a la
ciencia en la novela, interpretando literalmente la última frase del
cuerpo central de la obra: “El amor había vencido”4.
Y no parece que el amor triunfe, pues el suicidio de Apolodoro-Luis,
después de su doble fracaso sentimental e intelectual y la
inconsciencia machacona de don Avito, que una vez recuperado del
impacto de la muerte de Apolodoro-Luis, pretende repetir la
experiencia funesta en su futuro nieto. Todo esto no permite pensar
que el desenlace de la novela suponga un triunfo del amor.
Por otra parte cuando en
el epílogo, Unamuno retoma fugazmente a sus personajes, se nos
informa que la tragedia del funesto pedagogo no es absoluta, pues la
noticia del futuro nieto permitirá a don Avito reanudar sus ideales
educativos y con los mismos resultados, cabe suponer, por más que
don Avito quiera enmendar su postura: “Le educaré, sí, le
educaré, le educaré con arreglo ala más estricta pedagogía, y no
habrá don Fulgencio ni don Tenebrencio que me le eche a perder (…).
Le educaré yo” (p.136).
Clarita es un personaje
superficial, pragmático y vulgar, que elige a su novio por simple
cálculo.
Edelmira-Mira- esposa de
don Fulgencio, es el retrato de la mujer dominante. Considera a su
marido un charlatán y desprecia sus filosofías.
Petra, la criada, es el
personaje que más hondamente sintió la muerte de Apolodoro y esto
sirve “para que se vea que la mayor rudeza de inteligencia y de
carácter puede ir unida a la mayor profundidad y ternura de
sentimientos” (Epílogo, 135).
Menaguti (Hildebrando F.
Menaguti) es un personaje secundario, caricatura del esteta
modernista, melenudo, iconoclasta, que había de estimular la
creación poética de Apolodoro.
Federico, el novio de
Clarita, es otro personaje tipo, que nos recuerda el hombre-voluntad,
el superhombre nietzscheano. Contrasta con la falta de voluntad de
Apolodoro.
El estilo:
Estamos ante una farsa trágica en la que se critica la manía
pedagógica sacada de su justo medio, mediante una técnica narrativa
deformadora e hiperbólica. Se combina lo humorístico y lo serio,
presentándonos a los personajes como víctimas de su propio
fanatismo. Se usan tecnicismos científicos con intención irónica y
burlesca.
Hay una sencillez
expresiva, con una clara voluntad antirretórica y un predominio del
diálogo.
Observamos también, un
juego literario de gran originalidad a partir de los componentes
paratextuales (prólogos, epílogos y Apuntes para un tratado de
cocotología) que acaban participando en las claves interpretativas
de la novela a pesar de ser ajenos, en apariencia, al desarrollo
argumental de la obra y dotan a la novela de un carácter
metaliterario.
Finalizada la novela con
la muerte del pobre Aplodoro-Luis, Unamuno sigue dando vida a sus
personajes en el epílogo, que lamentan la muerte del infortunado
protagonista. Pero será don Fulgencio, quien visitado por Unamuno e
interrogado por el autor no ha querido manifestarse acerca de la
muerte de Apolodoro: “Se me mostró muy afectado y dolorido y me
dijo: ¡Pasemos a otra cosa!” (p.1459. Y al manifestarle Unamuno la
necesidad de original para completar la novela, don Fulgencio le
entrega u pequeño diálogo titulado “El Calamar” y los “Apuntes
para un tratado de cocotología”, que Unamuno ofrece a
continuación. Estos “Apuntes…” son una parodia de los tratados
científicos al uso, con prolegómenos, historia, razón de método,
etimología, definición y con las ilustraciones pertinentes.
El apéndice final,
también está dedicado a don Fulgencio, que “sigue pensando en
escribir un extenso Tratado comparativo de Cocotología
racional en dos tomos” (p.167); y hace referencia al
descubrimiento del sexo en la cocotta vulgaris, o pajarita de
papel ordinaria.
Hace un guiño al ascenso
del fascismo (estamos en 1934) con una ilustración en la que una
pajarita contempla una puesta del sol en la mar con una svástica
sobre una greca que simula las olas del mar.
Concluye, pues, el autor
arremetiendo contra los “pedantes investigacionistas, que no
investigadores. Tengamos la fiesta en paz, y ahoguemos en amor, en
caridad, la pedagogía.” (p. 177).
Significación:
El final del siglo XIX
había vivido un gran auge de los procesos científicos y Unamuno se
propone caricaturizarlos. Por lo tanto Amor y pedagogía es
una burla cruel contra el cientifismo positivista, que exclusivamente
pretende regir la conducta humana por las leyes naturales.
Como figura grotesca,
bufa muestra a don Fulgencio de Entrambosmares, que como su apellido
indica, se mueve entre la filosofía escolástica y la liberación
por medio del absurdo. Sus cavilaciones filosóficas quedan
resumidas- como se ha dicho- en la teoría de la “morcilla”.
Sostiene don Fulgencio que el ser humano es un actor que representa
un papel impuesto y lo más importante para él es el momento en que
puede meter una “morcilla”. Esta teoría será llevada a la
práctica por su propio discípulo, que, al ahorcarse, introduce un
elemento que no estaba previsto en el texto dramático.
Al método científico
infalible preconizado por don Avito se opone la función del
sentimiento y del instinto como partes fundamentales del crecimiento
intelectual. Esta faceta está representada por Marina, la madre, que
vive envuelta en una niebla similar a la que, más tarde, rodeará a
Augusto Pérez en Niebla.
El ensayo, “Apuntes
para un tratado de cocotología” o ciencia de las pajaritas de
papel, obra de don Fulgencio de Entrambosmares, en ella siguiendo el
modelo de un tratado científico argumenta con todo rigor sobre tan
‘apasionante’ materia. Es un aclara parodia de los tratados de
Ética, Lógica y Pedagogía que escribían los krausistas.
El prólogo-epílogo de
1934 está escrito en primera persona por el autor y con un estilo
más demagógico que pedagógico. Si lo comparamos con el prólogo
ficticio (de autor anónimo) de 1902, notaremos un cambio de estilo
vinculado a la gravedad de las circunstancias históricas: la guerra
“incivil” que se avecina.
Si la pajarita del
“Apéndice” de 1934 declaraba el temor del autor ante el fascismo
ascendente; el prólogo-epilogo sirvió al autor para manifestar su
rechazo a la escuela laica, que la Constitución republicana
pretendía imponer. Unamuno rechaza explícitamente una situación
que desembocaría en otra forma de intolerancia.
El autor se pronuncia en
este prólogo-epílogo contra la escuela única: “El niño es el
Estado, y debe ser entregado a los pedagogos-demagogos-oficiales del
Estado, a los de la escuela única (…) El pobre Apolodoro se
suicidó. Haga Dios que no tengan que suicidarse- mental y
espiritualmente, se entiende- nuestros Apolodoros” (p.19). Unamuno
vislumbraba la guerra civil.
Amor y pedagogía
supuso en 1902 un replanteamiento (innovación) a nivel formal y
estructural del género novelístico.
Dice José-Carlos Mainer:
Esta novela “significa
una ruptura muy personal en la línea del relato tradicional: existe
desde luego un fondo realista (una clase media vista sin la piedad
galdosiana), pero lo que destaca es la lucha de conciencias, y (…)
el enfrentamiento de principios generales-ideología y práctica-,
encarnados en voluntades humanas, pero sin que nada oculte el
acuciante problema personal que el escritor ventila en el relato”5.
Así pues, tenemos una
ruptura con los moldes narrativos realistas del siglo XIX y la
incorporación al relato novelesco del paratexto (prólogos,
epílogos, Apuntes, y Apéndice). Unamuno necesitaba hacer
innovaciones en el género novelístico para reflejar los problemas
de conciencia de sus personajes. Y una de las mayores innovaciones
será la concepción de la novela como entidad abierta. Se trata de
escribir una novela improvisando, “a lo que salga”, “vivípara”-
como él decía- sin plan previo. Tal vez en el mismo sentido se
pronuncia Baroja en el “Prólogo casi doctoral sobre la novela”:
“La novela, hoy por hoy, es un género multiforme, proteico, en
formación, en fermentación, lo abarca todo: el libro filosófico,
el libro psicológico, la aventura, la utopía, lo épico; todo
absolutamente.”6
El título Amor y
pedagogía revela un conflicto, la imposibilidad de suprimir las
reacciones primarias del hombre y de encaminarlas pedagógicamente
para lograr una conducta guiada por los últimos descubrimientos de
la sociología y de la pedagogía. Don Avito Carrascal: “Anda por
mecánica, digiere por química y se hace cortar el traje por
geometría proyectiva” (p.21); y este cientifismo lo quiere aplicar
a la educación de su hijo Apolodoro.
Unamuno entabla en la
novela una lucha contra el mundo rigurosamente organizado del saber
científico, que al fin y al cabo, resulta ser un tema más del
modernismo. El pobre Apolodoro resulta ser la víctima de los
experimentos paternos. Don Avito, con la ayuda de don Fulgencio, lo
educa sin dejar ningún resquicio para los sentimientos. El amor
figura de comodín que desbarata todo el edificio basado en una
pedagogía mal entendida.
En la educación de su
nieto, don Avito manifiesta que no dejará ninguna oportunidad al
amor, que todo será pedagogía pura. De este modo, amor y pedagogía
volverán a ser términos antitéticos.
Será en la siguiente
novela, Niebla, escrita en 1907 y publicada en 1914, donde se
dé la solución al conflicto ente amor y pedagogía. Así en el
capítulo XIII de Niebla, Augusto Pérez se encuentra con don
Avito en la iglesia de San Martín de Salamanca y éste le confiesa a
Augusto Pérez que “la vida es la única maestra de la vida; no hay
pedagogía que valga. Sólo se aprende a vivir viviendo, y cada
hombre tiene que recomenzar el aprendizaje de la vida de nuevo”7
.
Por lo tanto, la
conclusión final del conflicto entre amor y pedagogía será el
triunfo definitivo del amor.
Por último hemos de
destacar cómo Unamuno sigue dando vida a su personaje, fuera del
ámbito novelesco de Amor y pedagogía.
En cuanto a las
ediciones, además de las dos ediciones vida del autor (1902 y 1934)
tenemos las siguientes:
Obras
Completas, vol. II, Novelas,
Afrodisio Aguado Aguado, 1958; Obras
Completas, vol. II, Novelas,
Escelicer, 1967; edición de José Luis Abellán, Novelas y
cuentos, 1967; edición de Julia Varella, Alianza Editorial,
Madrid, 1989; Obras Completas, vol. I, Turner, Madrid, 1995;
edición de Anna Caballé, Espasa-Calpe, Madrid, 1996 y edición de
Bénédicte Vauthier, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002.
Bibliografía:
Baroja, Pío, La nave
de los locos, Editorial Planeta, Barcelona, 1969
Fernández Larrain S.,
Cartas inéditas de Miguel de Unamuno, Rodas, Santiago de
chile-Madrid, 1972.
García Jambrina, Luis,
>>Los antecedentes unamunianos de 1902. Nuevo mundo o la
anticipación de la nueva novela<<, en Ínsula, 665,
mayo, 2002.
Gullón Germán, El
jardín interior de la burguesía: la novela moderna en España,
1885-1902, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002.
Gullón Ricardo,
Autobiografías de Unamuno, Gredos, Madrid, 1976
Mainer José-Carlos, La
edad de plata (1902-1939), Cátedra, Madrid, 1986 (p. 44)
Martín Francisco
(Editor), Las novelas de 1902, Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.
Unamuno, Miguel de, Amor
y pedagogía, Colección Austral, 141, Espasa-Calpe, Buenos
Aires, 1944 (3ª edición).
-: Edición de
Julia Barella, Alianza Editorial, Madrid, 2000
-: Edición de
Anna Caballé, Espasa-Calpe, Madrid, 2002 (20ª edición)
-: Edición de
Bénédicte Vauthier, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002
Unamuno, Miguel de,
Niebla, Edición de Armando F. Zubizarreta, Clásicos
Castalia, madrd, 1995.
Madrid, 20 de abril de 2012
1.
>>Cartas de Unamuno a Candamo<<, en Índice, año
XII, nº 114, junio de 1958. Carta del 16/01/1901
2
.Fernández Larrain S. Cartas inéditas de Miguel de Unamuno,
Rodas, Santiago de Chile-Madrid, 1972 (p. 279)
3
. Unamuno Miguel de, Amor y pedagogía, Espasa-Calpe, Col.
Austral, 141, Buenos Aires, 1944 (p. 127). Todas las notas textuales
serán de esta edición, señalando la página.
4
. Unamuno Miguel de, Amor y pedagogía, Espasa-Calpe,
Edición de Anna Caballé, Madrid, 2002. Introducción, p.20
5
. Mainer José-Carlos, La edad de plata (1902-1939),
Editorial Cátedra, Madrid, 1986, (p. 44)
6
. Baroja Pío, La nave de los locos, Planeta, Barcelona, 1969
( >>Prólogo<<, p. 17)
7
. Unamuno Miguel de, Niebla, Edición de Armando F.
Zubizarreta, Clásicos Castalia, Madrid, 1995 (XIII, 152)
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