Martín Luis Guzmán publicó La sombra del Caudillo en 1929 en la editorial Espasa-Calpe (Madrid-Barcelona), aunque antes la había publicado por entregas en la prensa norteamericana, del 20 de mayo de 1928 al 10 de noviembre de 1929, en “La Opinión” de Los Ángeles, en “La Prensa” de San Antonio (Texas), ciudades con numerosa población de origen mejicano, y en “El Universal de Méjico” D.F.
Pero en este trabajo nos vamos a ocupar de la figura del general Aguirre como héroe trágico. En efecto (Lorente, 2002, 50-60) las características de Ignacio Aguirre coinciden, en lo fundamental, con el héroe trágico según la Poética de Aristóteles:1.El personaje debe ser de noble cuna. 2. Tiene un rasgo de su personalidad que lo lleva a la caída. 3. Comete un error en el juicio. 4. El personaje, no debe ser ni bueno ni malo, pero el público debe ser capaz de identificarse con él. 5. Es responsable de su destino y en la caída se da cuenta de su error. 6. Se enfrentará a la muerte con dignidad y 7. La catarsis, que producirá en el público compasión y terror.
Ignacio Aguirre, protagonista de La sombra del Caudillo, no es de noble estirpe, pero tampoco es un ciudadano anodino, sino que es general y Ministro de la Guerra y tiene unos rasgos de su personalidad que lo llevan a la catástrofe: la indecisión, la soberbia y la ingenuidad, así como su extrema confianza en el valor de la amistad en un terreno minado como es el de la política mejicana post-revolucionaria. Actúa de corifeo el diputado Axkaná González (portavoz del autor) diciendo la verdad a Aguirre y a los demás; y de coro una discreta opinión pública, secretamente partidaria de Aguirre- en quien veía al valiente adalid de la oposición al caudillo, que significaba el continuismo. Y junto con él el antagonismo del candidato del Caudillo: Hilario Jiménez y sus partidarios. La tragedia está servida. En cuanto al final de la novela, si no se produce una catarsis plena: compasión y terror, sí, al menos, produce un tremendo terror.
La caracterización de Ignacio Aguirre se demora, evita caracterizarlo desde el principio como un héroe, dado que lo que quiere transmitir son las deficiencias de un sistema político, que prometiendo igualdad y libertad, promueve la corrupción, el asesinato y la mentira. Primero nos lo presenta seduciendo a Rosario y dejándose seducir por sus partidarios políticos. Es mujeriego, cínico y crápula, y manifiesta, una y otra vez, su desinterés por la presidencia de la República, pero en su interior tiene ambición de poder.
Entre todo esto la voz de la calle (el coro) sanciona las dos candidaturas: la de Ignacio Aguirre y la de su oponente, el general Hilario Jiménez, ministro de la Gobernación, candidato del Caudillo. Las tomas de posición de los políticos civiles (“aguirristas e hilaristas”) y la de los políticos militares (turbias, vacilantes y sospechosas) anuncian la tragedia, nuestro héroe trágico tiene que cumplir su destino.
Pero el ministro de la Guerra sigue sin decidirse (la indecisión) a aceptar la candidatura a la Presidencia por el “Bloque Radical Progresista”. Para Aguirre, por encima de todo está la lealtad y el respeto al Caudillo. Por eso cuando se entrevista con el Caudillo siente que hay desconfianza y falta de afecto en el trato, él confiaba en la amistad, pero de la entrevista sale herido y humillado; se mueve ya más por los sentimientos que por la razón.
Aguirre, aconsejado por Axkaná, su verdadero amigo y consejero áulico, se entrevista con el general Hilario Jiménez para conciliar la candidatura, pero Jiménez ante el tono arrogante (la soberbia), pero sincero de Aguirre, responde con un tono lacónico y desconfiado. Jiménez duda de la sinceridad del protagonista: por qué rechaza la candidatura que le ofrece la calle y el partido, por qué no la rechaza públicamente. Aguirre se da cuenta que es imposible convencer a Hilario Jiménez. Tiene delante la tragedia que el mismo ha creado y que le empuja a su destino fatal.
En el libro tercero (”Catarino Ibáñez”) el narrador centra la atención sobre otros personajes (Catarino Ibáñez, Protasio Leyva y Julián Elizondo) que amplía la visión del lector y confiere a la lucha política aires de tragedia según venimos diciendo. Así entran en acción Olivier Fernández, político hábil y carente de escrúpulos, dispuesto a cambiar de chaqueta política con tal de obtener poder; Catarino Ibáñez, hilarista y gobernador de Toluca; Hilario Jiménez, y, sobre todo, el poder del innominado Caudillo, presente, aunque casi mudo, en toda la novela bajo cuya sombra sólo se cobijan el crimen y la corrupción, que anula las iniciativas de Olivier para designar a Aguirre como candidato.
Olivier responde a la humillación sufrida en Toluca con la organización de un “bloque de diputados y senadores pro Ignacio Aguirre”, que le permite el dominio de las cámaras. Hilario Jiménez se muestra amenazador. Pero las pasiones políticas desbordadas parecen no afectar al protagonista, que acepta el soborno que le ofrece la “May-be” a través de su amigo Remigio Tarabana, personaje cínico que aprovecha la eminente posición del ministro de la Guerra para organizar pingües negocios, a cambio de permitir la expropiación de unos terrenos a favor de la multinacional petrolífera. El proceso de dignificación del héroe, que se estaba llevando a cabo, sufre un duro revés, aunque Aguirre reconoce que su actuación es inmoral: “¿Sabes por qué tomo este dinero? No porque me figure que tomarlo está bien hecho. No soy tan necio. Lo tomo porque lo necesito” (…)1.
La noticia del atentado contra Axkaná (desencadenante de la tragedia) le pone en acción y descubre al autor intelectual del delito: el coronel Zaldívar, jefe de la policía; y obtiene de éste un a confesión autógrafa: “fue una orden directa de mi general Hilario Jiménez” (p. 233). Con la declaración autógrafa de Zaldívar va a visitar al Caudillo, pero éste niega las evidencias que implicaban a Jiménez y cierra cualquier acuerdo con él. Nuestro héroe peca de ingenuo. Se ve obligado a dimitir de su cargo de ministro de la Guerra. El Caudillo designó como nuevo ministro al general Martín Aispuro, el que más odiaba a Aguirre y comandante de la plaza a Protasio Leyva, partidario de Hilario Jiménez, el candidato continuista, como sabemos.
Aguirre, por fin, acepta la candidatura que le ofrecían sus amigos los radicales.
En la Cámara de los Diputados comienza la contienda entre “aguirristas con Olivier a la cabeza e “hilaristas” de Ricalde. Olivier, en el parlamento, se atrevió a criticar la figura del Caudillo, hasta ahora intocable, como consecuencia de ello se produce la tragedia: un diputado mata a otro, y en la calle, los choques de las “porras” dejaban heridos y muertos.
En el libro quinto, entra en escena Protasio Leyva, recién nombrado por el Caudillo Jefe de las Operaciones del Valle y comandante de la plaza. Leyva se reunió con los diputados “hilaristas” Ricalde y López Nieto, que le explican cuál es la situación política: “los aguirristas” tienen mayoría, entonces Leyva toma la determinación de eliminar físicamente a los principales líderes del partido “Radical progresista” y así despejar el camino a la Presidencia de Hilario Jiménez; pero la conjura fracasa porque los partidarios de Olivier Fernández neutralizan a los enviados por Protasio Leyva. Aguirre, mientras tanto, no participa en la lucha política, aunque la opinión pública le es favorable.
Hay rumores de levantamientos armados con lo cual el Caudillo va ganándose con dádivas a los generales levantiscos y renuentes, mientras que Aguirre permanece estático y renuncia a levantarse en armas sin una justificación legal. El ex ministro manifiesta que no quería ser candidato, pero por “una serie de sucesos (el fatum) …vino a meterme en una contienda que no era mía (…); acepto gustoso ir hasta lo último” (287). Aguirre quiere ganar, pero con decoro, ganar bien, o perder bien. El general Elizondo, “aguirrista” ‘sincero’, aprueba la propuesta de Aguirre; pero el diputado Olivier sigue con la regla de oro mejicana: “en Méjico, si no le madruga usted a su contrario, su contrario le madruga a usted” (288).
En el local del “Grupo Radical Progresista” se celebró una reunión con la plana mayor del “aguirrismo” y en ella Aguirre pronunció un discurso espléndido. Llega Remigio Tarabana- el otrora conseguidor- y le avisa para que vaya a su casa a enterarse de lo que ocurría. Allí estaba el coronel Jáuregui, quien le informa que el general Protasio Leyva tiene previsto cogerlo preso a él y a sus partidarios, formarles un juicio sumarísimo y condenarlos a muerte. Sin contrastar la veracidad de la información (otra muestra de su ingenuidad) deciden ausentarse de Méjico capital y se acordó que lo más seguro era trasladarse a Toluca, donde contarían con la protección del fiel general Elizondo, sin advertir que éste se había pasado al bando “hilarista”.
Se produce la traición del héroe por su amigo más fiel. Aguirre y los suyos son encarcelados: ‘ya les habían madrugado’.
Aguirre pasó la noche en una celda del cuartel y cuando despertó, empezó a reflexionar sobre la actitud del general Elizondo, que será el próximo ministro de guerra de H. Jiménez. En esto le echan un periódico por debajo de la puerta de la celda: “El Gran Diario”. Se puso a leerlo y allí se des-informaba que había rumores de sublevaciones militares en Puebla y en Toluca, pero que el general Protasio Leyva las había sofocado. A su vez se insertaba un boletín firmado por el Caudillo en el que se acusaba a Ignacio Aguirre y a los suyos de sediciosos. Hilario Jiménez, en su calidad de candidato a la Presidencia, también insertaba un boletín acusando a Aguirre de la asonada.
Se produce la conducción de Toluca a Méjico y como a mitad de camino se entregan a Aguirre y a los suyos a los hombres de Manuel Segura y allí se procede al asesinato. Aguirre protesta por el trato deshonroso, pero Segura le insultó en estos términos: “usted habrá sido general y ministro, pero aquí no es más puro jijo de la tiznada” (320) y nuestro héroe murió con suma dignidad: “Cayó, porque así lo quiso, con la dignidad con que otros se levantan” (320). Todos fueron asesinados excepto Axkaná, que quedó herido, y cuando Segura y los suyos marcharon, bajó a la carretera y lo recogió Mr. Winter, el diplomático norteamericano del “Packard”. Axkaná es el único superviviente y testigo de los hechos. Y con este símbolo final se señala una posible vía de escape para el gran grupo de mejicanos que sentían traicionados los valores por los que lucharon durante los primeros años de la Revolución: justicia y libertad. Axkaná representa la honestidad y la pureza de ideales y la esperanza última de que la Revolución siga viva.
Por otra parte, Axkaná es el único ente de ficción en esta novela de clave, en la que todos los personajes tienen su correspondiente en la política mejicana del momento; pues bien esto es hace decir a Manuel Pedro González: “Solo un personaje entre la rica galería que avalora estas páginas, posee una conciencia limpia y se rige por una ética noble y levantada: Azkaná González. Axkaná González viene a ser, dentro de la tónica de la novela, algo así como la conciencia de la Revolución. Pues bien, Axkaná González es el único ente de ficción, el único que Guzmán creó porque no pudo encontrarlo en el ambiente que pintó”2 .
Termina, pues, la tragedia, pero a la representación se le añade una coda, un último capítulo titulado: “Unos aretes”. Al día siguiente los periódicos hablaban del levantamiento de Toluca. “El Gran Diario” traía un boletín oficial en el que se informaba del Consejo de Guerra en el Estado de Méjico en estos términos: El general Ignacio Aguirre, autor principal de la sublevación, fue capturado, junto con sus acompañantes por la fuerzas leales y se formó consejo de guerra sumarísimo y fueron pasados por las armas. Los cadáveres se encuentran en el Hospital Militar y viene la lista de los asesinados. No cabe duda que el boletín oficial pretende justificar ante la opinión pública (el coro) el asesinato del héroe y sus partidarios.
Dice el narrador a propósito del laconismo del periódico: “La ciudad vivía como siempre, pero sólo en apariencia. Llevaba por dentro la vergüenza y el dolor” (332).
Concluye la novela con Manuel Segura, el sobrino de Protasio Leyva, apeándose del Cadillac de Aguirre y entrando en la joyería “La Esmeralda” a comprar unos aretes por valor de 20.000 pesos, los 40 billetes de 500 pesos que Segura había expoliado a Aguirre. En la novela se dibujan los instintos más bajos de la cobardía y la traición que, con tremendo sarcasmo del autor y para aguijonear las conciencias, tiene el premio de unos aretes de brillantes, los más caros, pagados con billetes marcados con la sangre del crimen.
La sombra del Caudillo es una crítica al caudillismo, en la que el autor nos muestra la tragedia personal del protagonista, marcada por la fatalidad y el destino. Y todo ello teniendo como telón de fondo la corrupción y el cesarismo en el Méjico post-revolucionario, y bajo la vigilante y siniestra sombra del Caudillo, donde no hay lugar para los ideales.
BIBLIOGRAFÍA:
-Arango L. Manuel Antonio, Tema y estructura en la Novela de la Revolución Mejicana, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá (Colombia), 1984
-Bidault Sophie L.”Aspectos estéticos en La sombra del Caudillo”, Neophilologus, 73 (1989) 548-559
-González Manuel Pedro, Trayectoria de la novela en Méjico, Ediciones Botas, Méjico, 1951
-Guzmán Martín Luis, La sombra del Caudillo, Edición de Antonio Lorente Medina, Clásicos Castalia, Madrid, 2002
-Portal Marta, Proceso narrativo de la Revolución Mejicana, Espasa-Calpe, Madrid, 1980
Madrid, 6 de mayo de 2011.
Anastasio Serrano
1 comentario:
Amigo, me interesó parte de tu bibliografía, pero no logro encontrar alguna referencia en Internet (algo como para adquirir libros). En especial el libro "Aspectos estéticos en La sombra del Caudillo". Hay alguna forma de que pueda hacerme con él?
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